La batalla de Junín: un hito

del cambio institucional

 

 

Susana Aldana Rivera

Pontificia Universidad Católica del Perú

https://orcid.org/0000-0001-8663-102X

saldana@pucp.pe

 

 

doi: 10.46476/ra.v6i1.206

 

Recibido: 03-11-24

Aprobado: 09-07-25

 

 

Resumen

Más allá de los hechos militares, la guerra de independencia es también el proceso que potencia el cambio de un sistema de vida a otro. Las instituciones sociales modifican su semántica social en el tránsito de una forma monárquica-virreinal a otra, republicana-estatal. Por ello, en este artículo, la batalla de Junín se ha percibido como un puente entre el gran cambio institucional de época: la Iglesia católica tenía sus destinos entrecruzados con la monarquía en el control de corazones, cabezas y cuerpos, mientras que el ejército iba lento, pero seguro, entrecruzando sus destinos con la naciente república por la necesidad de la defensa de un territorio.

Palabras clave: Historia regional, Historia de la independencia, Historia militar, Geografía humana, Cambio institucional

 

The Battle of junín: A Milestone in Institutional Change

Abstract

Beyond the military events, the war of independence is also the process that drives the change from one living system to another: social institutions modify their social semantics in the transition from a monarchical-viceroyal form to a republican-state one. In this sense, in this article, the Battle of Junín is perceived as a bridge between the great institutional change of the era: The Catholic Church had its destinies intertwined with the monarchy in the control of hearts, minds, and bodies, while the army, slowly but surely, intertwined its destinies with the emerging republic due to the need to defend a territory.

Keywords: Regional History, History of Independence, Military History, Human Geography, Institutional Change

 

A Batalha de Junín: Um Marco da Mudança Institucional

Resumo

Além dos fatos militares, a guerra de independência é também o processo que impulsiona a mudança de um sistema de vida para outro: as instituições sociais modificam sua semântica social na transição de uma forma monárquica-virreinal para outra, republicana-estatal. Nesse sentido, neste artigo, a Batalha de Junín é percebida como uma ponte entre a grande mudança institucional da época: a Igreja Católica tinha seus destinos entrelaçados com a monarquia no controle de corações, mentes e corpos, enquanto o exército, entrelaçava seus destinos com a nascente república devido à necessidade de defender um território.

Palavras-chave: História regional, História da independência, História militar, Geografia humana, Mudança institucional.

 

 

Introducción

Una de las versiones de cómo fue que se grabó la imagen del Señor de Muruhuay nos remite a 1824 y a un Cristo localizado en Acobamba, muy cerca de la ciudad de Tarma, y que es, quizás, la advocación más importante de la zona. Se cuenta que en aquel año toda la provincia estaba convulsionada, pero particularmente Acobamba y Palcamayo, lugares que se habían convertido en la ruta obligada de paso de las tropas realistas y patriotas. Los primeros días de agosto, luego del paso de Canterac y su ejército en camino a los llanos del Bombón, pasaron «guerrilleros armados en confuso tropel, con banderolas al viento». Los patriotas de la capital de la intendencia iban a reunirse con Miller y cuando cruzaron por el pueblo de Acobamba, «replicaron las campanas, estallaron disparos, las mujeres rezaban y victoriaban»; incluso se señala que «la multitud pululante perdióse hacia Palcamayo, poblando las cumbres de gritos y algaradas». El 6 de agosto por la noche, cuando «rutilantes guerreros realistas, perseguidos por las falanges irregulares peruanas, dejaban cadáveres fusiles, arreos en su pavoroso huir hacia el sur», los campesinos, ancianos, mujeres y niños, se ocultaron en las quebradas y en las cumbres de los cerros «hasta que volviese la tranquilidad rota por los vencidos de Junín». Uno de ellos, un joven teniente de granaderos del ejército realista, se refugió junto a la peña de Muruhuay y grabó con su espada la imagen del Cristo crucificado en la piedra; luego, fue a buscar asilo donde su tío, el párroco del pueblo. Aquella imagen lo había salvado del desastre causado por los montoneros de Bermúdez y Otero, pero tuvo que abandonar el lugar porque su tío estaba temeroso de que se le acusara de contrario a la causa nacional y por ello, cubrió la imagen con arcilla1

Más allá de que se pueda cuestionar la veracidad de lo narrado, resulta interesante percibir ciertas situaciones importantes. En primer lugar, la batalla de Junín constituye, para los locales, un hito que ha quedado marcado a fuego en la memoria y el recuerdo de la comunidad, al punto de haber sido incorporada de manera significativa en la historia del Santuario. Luego, se observa cómo en el mundo de representaciones cotidianas se registra lo que la historia oficial escamotea, la presencia montonera como definitoria en la batalla y, finalmente, el tránsito institucional en su contenido intrínseco: más allá de la creencia y de la presencia importante de la religión y las órdenes, los realistas se sostienen con la religión católica mientras que los patriotas se centran en el tema nacional. Como institución, la Iglesia no desaparece con la instauración de la república, sino que experimenta un proceso de resignificación y paulatina pérdida de poder. Tampoco se afirma la inexistencia de militares en el virreinato, desde siempre la violencia humana, generalmente, ha sido canalizada por la guerra. Decir, por tanto, que el virreinato entrecruzó sus destinos con la iglesia católica, mientras que la república lo hizo con el ejército, es una verdad que ha sido trabajada por muchos historiadores.2 Pero aquí se intenta teorizar sobre la resignificación social de una institucionalidad, tanto la eclesial como la militar, y el tránsito del poder de una a otra; por eso, dentro de múltiples ejemplos posibles y tomando como marco el proceso de independencia, se toma a la batalla de Junín como un signo y un símbolo del cambio.

Es importante considerar que, antes de la batalla de Junín y del proceso de independencia, el escenario estuvo marcado por asonadas, motines, revueltas y rebeliones. Después de Junín, y con una participación activa de los peruanos de la época, se advierte la presencia de batallas y ejércitos cada vez más entrenados dentro de un marco estatal-nacional. Incluso, la posible violencia mencionada toma un cariz diferente: la institución cambia de contenido y se enmarca en otra que se encuentra en proceso de construcción como el estado-nación. Por eso, la batalla de Junín se convierte en un hecho-puente, un momento clave que permite percibir la resignificación de una institución virreinal y otra republicana, aunque iglesia y ejército están presentes desde siempre. En una primera parte, se exponen algunos supuestos teóricos sobre el concepto de institución y se describe brevemente a la iglesia como institución cuyo poder de ordenamiento social fue ampliamente aceptado. Asimismo, se resalta el creciente protagonismo del Ejército como institución social, reflejado en un proceso sostenido de militarización, especialmente desde la segunda mitad del siglo XVIII. Luego se analiza la importancia de los hombres que se mueven entre las dos instituciones sin saber que vivían el cambio de peso de estas en la sociedad, como el sacerdote Bruno Terreros. Finalmente, se examina la batalla de Junín como un hito que evidencia el ascenso del Ejército como institución ordenadora social, cada vez más importante en el contexto republicano.

Resaltemos que hay muchísima bibliografía sobre las batallas y que, por espacio, solo nombraremos algunos estudios. Primero, no se puede dejar de recordar el enorme trabajo realizado por el Sesquicentenario de la Independencia del Perú (década de 1970), el cual dejó un legado impresionante, base de muchas iniciativas actuales, como el Proyecto Especial Bicentenario de la Independencia del Perú, 2020-2024. Luego, con visión nacional y sudamericana, señalemos la compilación de Sobrevilla (2024) y el importante dossier de Irurozqui (2024). Mucho se ha escrito sobre los hombres, particularmente sobre los montoneros: desde Dunbar Temple (1975) hasta Salazar Fernández (2024), además de otros estudios regionales como el de Cavero (2023) y Talancha (2024) o Arrauz (2021). Y quede dicho que aquí solo citamos algunos autores de los temas que nos ayudan a pensar sobre el cambio institucional que nos interesa: la producción del Bicentenario, las conexiones virreinales en acción y los actores locales más allá de la guerra. Resaltemos que la independencia ha generado enormes cantidades de libros, artículos y estudios de lo más diversos.

 

Junín, una batalla en medio del cambio de instituciones

En principio, hay que considerar que toda sociedad genera siempre su propia institucionalidad, pues cada grupo humano inventa y establece sus propios límites que permiten su reproducción social. Si seguimos a North, las instituciones son «las limitaciones ideadas por el hombre que dan forma a la interacción humana» 3 porque reducen la incertidumbre por su estabilidad y establecen aquello que se permite o se prohíbe hacer a los individuos, generando un marco de realización humana. El cambio institucional ofrece un marco histórico en el que se entrelazan lo instituyente y lo instituido, como señala M. Irurozqui (2011), lo cual permite ver la estructura evolutiva de la sociedad, pues el pasado influye en el presente y el futuro.

También hay que recordar que la gente del virreinato vive un mundo distinto al nuestro, sus instituciones se fueron construyendo durante casi 300 años y por ello, la construcción de una nueva sociedad es difícil en el marco institucional. Las monarquías estaban plenamente vigentes en el imaginario de la gente a niveles sudamericano, virreinal, regional y local, mientras que no se sabía qué era una república más allá de la teoría. Las estructuras modernas están en construcción y la independencia peruana e hispanoamericana se enmarcan en el proceso inicial de construcción de la sociedad industrial, con base cultural occidental, ideológicamente liberal, económicamente librecambista, políticamente republicana y socialmente democrática. Un sistema moderno que emerge a fines del siglo XVIII, que cuaja en la primera mitad del siglo XIX y que se fundamenta en el comercio de los productos industrialmente procesados.

Por tanto, no es extraño que los agentes decidores en el proceso de independencia del Perú sean los comerciantes y que la realización mercantil sea uno de los intereses que mueve socialmente a los que batallan en Junín. Por supuesto, no son los únicos actores, pero las características socioeconómicas de los virreinatos sudamericanos y las intendencias convirtieron al siglo XVIII en el siglo agrícola por excelencia (Gelman, 2019), fundado sobre la base de grandes intercambios entre las diferentes sociedades americanas, sostenidas por un verdadero tejido de redes humano-mercantiles, tanto por tierra como por mar, como en el Caribe (Bassi, 2017), el norte del Perú (Aldana 2020) y el sur del continente (Mazzeo, 2020), mientras se aprovechaba la conocida riqueza minera.

Estos son vínculos que saltan en el momento de la guerra, pues también aquí se observa una resignificación institucional del comercio y la economía industrial. Aunque estos no constituyen el objeto central de análisis de este texto, conviene señalar que el espacio donde se realizó la batalla de Junín fue la intendencia de Tarma. En ella, casualmente, el jefe de montoneros, Francisco de Paula Otero era un activo comerciante local y regional, de origen rioplatense, afincado y casado en Tarma. Mantenía, además, redes mercantiles y familiares —como la que lo unía con su primo Miguel de Otero— que se extendía hasta Lima y atravesaban el virreinato del Perú hacia el sur, llegando incluso hasta Buenos Aires. En la vía contraria, se encuentra Toribio de Luzuriaga y Mejía, natural de Huaylas, quien, siguiendo al marqués de Avilés, gobernador de Chile, llega a Santiago y se enrola en el ejército rioplatense (1801) desde donde retornaría al Perú como parte experimentada del ejército libertador del sur. En esa línea nos preguntamos si es casual que el igualmente rioplatense Alvares de Arenales suba a la sierra central apenas desembarca en Paracas (1820), donde la muliza, un baile que recuerda a las mulas de los arrieros Tucumanos, ya era muy popular. Probablemente había más contacto humano-mercantil de lo que estamos acostumbrados a pensar y con ello, un sutil proceso de resignificación institucional.

Tarma fue, en suma, una intendencia donde se encontraron los que subían del sur con los que bajaban del norte del virreinato y del subcontinente así como con los locales de la zona central. Un espacio de intercambio mercantil, no solo de productos, sino también de creencias y de ideas sobre el futuro. En esta intendencia, la iglesia estuvo siempre particularmente muy presente con su constante extirpación de idolatrías y también sufrió una militarización progresiva, semejante a la norteña, que impactó fuertemente entre la población.4

La iglesia y su control social

Probablemente, la Iglesia fue la institución más importante de la etapa virreinal. Su presencia se extendía a múltiples niveles de la sociedad y funcionaba como el principal brazo de control de la monarquía española en estas tierras. Allí donde había un sacerdote, había también un funcionario de la monarquía. Desde el púlpito, se recordaba y mantenía entre los feligreses la ideología del derecho divino de los reyes. Además, en la vida cotidiana funcionaba casi como un banco para los señores. Como institución, la iglesia se encargaba de registrar, vigilar y controlar el buen comportamiento de las personas. En el caso de los criollos, independientemente de su estatus social, el «correcto vivir» se establecía y regulaba desde el confesionario y el púlpito. Era común, especialmente entre las mujeres, contar con un sacerdote confesor. Gracias a su labor evangelizadora, los indios fueron incorporados al sistema español, ya que los sacerdotes y autoridades eclesiásticas fueron rápidamente aceptados como mediadores entre el antiguo orden del mundo andino y el virreinato. Con respecto a los esclavos, la Iglesia no solo evangelizaba a los recién llegados, sino que también asumía un rol de defensa frente a los abusos y excesos de los amos. Se preocupaba, por ejemplo, de reunir en matrimonio a parejas separados por pertenecer a distintos propietarios. En términos generales, funcionaba como una entidad pacificadora dentro de una sociedad compleja, diversa y marcada por fuertes tensiones. Su rol burocrático hasta el XVIII le supuso una buena dosis de poder.5

Una entidad controladora social, inteligentemente establecida por la corona española para lograr la pacificación de estas tierras en donde embonó con una sociedad con mentalidad sacra, como la andina. En ese momento, durante el siglo XVI, fue mucho más útil incluso que el mismo ejército pues la Iglesia permitió y potenció la voluntaria adaptación individual y colectiva de la gente al sistema virreinal. Pero el uso social de la Iglesia como instrumento cohesionador era un juego peligroso que se hizo visible en el siglo XVIII por la competencia que esta supuso a la monarquía y que implicó el recorte de su poder, particularmente con la expulsión de la orden más autónoma, los jesuitas (1767). Recordemos que las «religiones» siempre fueron utilizadas para la «pacificación social» y que la importante presencia jesuita en la montaña, frontera entre la audiencia de Quito y el extremo norte del virreinato, fue remplazada por la misionera franciscana. Estos intentaron evangelizar y controlar la ceja de selva central y la norte, desde el convento de Ocopa hasta la Comandancia de Maynas, donde construyeron un imperio fluvial, según Chauca (2019). La violencia era institucional y el afán misionero franciscano forzaba un cambio de vida que en las sociedades amazónicas provocó, en repetidas ocasiones, la muerte de varios sacerdotes, como lo narra Izaguirre (1923) a lo larga de su obra.6

No es casual que, hacia 1729 se construyera el Convento de Ocopa cerca de Tarma, ni que en la década de 1730 estallaran múltiples revueltas como las de los indios de Baños y de Jesús (cerca de Huánuco,1732) o la de Yungay (Huaylas, 1738), las cuales desembocaron en la conocida rebelión de Juan Santos Atahualpa (1742-1756). Tampoco es casual que Guayaquil, puerto fluvial y de selva costeña de la audiencia de Quito, se convirtiera en una Capitanía (1764), bajo la jurisdicción eclesiástica de Cuenca; ni que para 1784, el obispo Martínez de Compañón iniciara la fundación de pueblos a lo largo de la ceja de selva del extremo norte, y que, al año siguiente (1785), llegaran a Ocopa tanto los padres Manuel de Sobreviela como Narciso Girbal y Barceló. Inmediatamente, se recorrió la ceja de selva de la intendencia de Tarma, un espacio que, como veremos, permitía el acceso a la selva norte.

Mientras Sobreviela recorrió la zona y dejó unos importantes mapas, Girbal se dedicó a la conversión en Cajamarquilla, Lamas y Manoa. Esta información resulta relevante para el estudio de la guerra de la independencia, ya que la enorme cantidad de recursos requeridos para sostener el conflicto no provino únicamente de los pueblos por donde pasaban los ejércitos patriota y realista, sino, sobre todo, de este espacio poco considerado. Cabe destacar el papel central de Huánuco, que terminó por convertirse en una base clave de abastecimiento patriota (Talancha, 2024).

Por tanto, es entendible que la poderosa presencia del clero generara una fuerte respuesta de rechazo por parte de los liberales insurgentes durante el proceso de independencia, así como en los primeros momentos de la fundación de la república y la necesidad de consolidarla. Estos liberales no eran necesariamente ateos, pero sí anticlericales, pues los sacerdotes eran los guías- vigías «naturales» de la feligresía, con un rol ligado al orden virreinal. Si seguimos las ideas de Monteagudo, es posible advertir el rechazo que la religión generaba en ese momento:

[En] el Perú como [en] todas las antiguas posesiones españolas en el nuevo mundo [...] España no necesitó otra fuerza para mantener el sistema colonial, que la superstición e ignorancia de los pueblos (1828, p. 4).

Por el tono del discurso y por la época es fácilmente suponer que superstición e ignorancia remite a la iglesia. Recordemos que Monteagudo fue un liberal que estuvo al servicio tanto de San Martín como de Bolívar y cuya visión sobre el Perú resaltó la dificultad de lograr la obediencia de los gobernados. Por tanto, prácticamente abogó por el control absoluto del Estado. Por supuesto, no sorprende que la institución eclesiástica pierda progresivamente ese espacio de poder que tuvo en el virreinato y en el corazón de la gente de esa época, aunque jamás dejó de estar presente. Finalmente, el ejército comienza a cumplir, progresivamente, un nuevo rol de protector del espacio que se hace visible para fines del siglo XVIII.

El ejército, una vieja institución en un nuevo tipo de orden sociopolítico

Si la Iglesia católica entrecruza sus destinos con el reino-imperio español, el ejército lo hará con la república. Por supuesto, los militares, más bien guerreros, existen desde siempre, la violencia connatural al ser humano se ha expresado en múltiples guerras y batallas a lo largo de la historia. Pero como bien señala Halperin Donghi, el ejército era «algo que en rigor no existía en Indias» (2005, p. 61). En ese sentido, sin negar su existencia, el ejército emergerá conforme se consolide la percepción de las colonias remitiéndose a la fuerza de su presencia. Un punto importante a tener en cuenta es que el sistema virreinal sobrevivió prácticamente sin presencia de guerras en el territorio americano. Incluso, los mejores militares hispanoamericanos de la independencia aprendieron a ser militares en el ejército español.

Se trata de una forma de control social que supone un nuevo tipo de violencia, menos espiritual y mucho más corpórea, de acuerdo con la creciente necesidad de defensa de los territorios. En primer lugar, se habla de la defensa de áreas claves del imperio a través de las cuales los europeos-no españoles podían beneficiarse de la riqueza de las colonias. Son las famosas «llaves del reino», según Zapatero (1964), que concentraron el interés imperial en el Caribe, pero que también fue causa de múltiples situaciones vinculadas. Entre ellas destacan los numerosos enfrentamientos, e incluso guerras, como la de la Oreja de Jenkins (1739-1748), que enfrentó a España con Inglaterra por el control del Caribe y pone en evidencia los reiterados intentos británicos por acceder a la riqueza del sur, de Sudamérica. Estos conflictos también impulsaron la creación de nuevas formas administrativas, como el fallido virreinato de Santa Fe —posteriormente virreinato de Nueva Granada— así como gobernaciones como la de Guayaquil (1764) y capitanías como la de Venezuela (1777) y Chile (1798).

Es importante recordar que, de manera paralela, se inicia la influencia del pensamiento ilustrado, el cual introduce nuevas reglas institucionales y formas de articulación, como la relación entre ciencia y ejército. Comienza a perfilarse la necesidad de reconocer sistemáticamente las riquezas de los territorios, que, de manera gradual pero constante, van siendo transformados en colonias. En este contexto, las llamadas expediciones científicas cumplen también una función geopolítica, orientada a la identificación de recursos estratégicos. Ejemplos destacados de ello son las expediciones de Jorge Juan y Antonio de Ulloa (1735-1746), la de Hipólito Ruiz y Antonio Pavón (1777-1788) y la de Alejandro Malaspina (1789-1794).7

El cambio institucional en el virreinato fue progresivo y enfrentó constantemente un problema estructural: la escasa disponibilidad de soldados y armamento. Esta debilidad quedó en evidencia, por ejemplo, durante el levantamiento de Juan Santos Atahualpa en la ceja de selva central, específicamente en la intendencia de Tarma (Carcelén y Maldonado, 2013). Ello no significa que la población no fuera capaz de defenderse: en situaciones extremas, como un ataque de piratas, la gente local pudo organizarse y repeler los ataque e incluso limpiar el mar de piratas (Aldana, 1996). No estamos ante una sociedad acostumbrada a la presencia de un Estado precautelador del orden social, los súbditos podían armarse y autodefenderse, los ciudadanos, no.

Por lo tanto, debemos resaltar que para el siglo XVIII va emergiendo la necesidad de consolidar la importancia del ejército como institución formal, en paralelo con el interés de la corona española por asegurar la defensa del territorio imperial, que hasta ese momento había tenido una mínima presencia como entidad precauteladora del orden social.

Este proceso de militarización institucional estuvo vinculado a la progresiva difusión de las ideas ilustradas, a la expansión del comercio y a la consolidación de redes atlánticas que requerían de mayores mercados. En el virreinato del Perú, hacia1800, se incrementó la presencia de comerciantes foráneos y extranjeros que negocian sus productos directamente con los locales porque estaban en la búsqueda de riquezas ya no del Atlántico, sino de las tierras cara al Pacífico, los recursos que allí se encontraban eran objeto de gran interés.

Desde la segunda mitad del siglo XVIII, se intensifica una militarización real, constante y creciente. Los soldados eran, en su mayoría, gente común proveniente de los pueblos, villas y ciudades. Las milicias urbanas aumentaron en número y potenciaron la capacidad de autodefensa de la gente común. Como se observa en el Cuadro 1, el punto de inflexión se sitúa entre las décadas de 1760 a 1770, 8 en un contexto imperial caracterizado por crecientes tensiones en el Caribe y en el virreinato peruano, durante la administración del virrey Amat (1761-1776). En la ciudad, se reforzaron también a los alcaldes de la Santa Hermandad y en 1804 se creó el Real Cuerpo de Serenos, una fuente precaria de orden público que respondía a la necesidad de «un nuevo sentido de lo público, un importante crecimiento demográfico y económico urbano y una evolución de las formas de administración modernas» (Montalvo, 2022, p. 21).

Se sabe que las castas urbanas sustentaban al ejército (Carcelén y Maldonado, 2013) y que su presencia marcó el incremento de la bandolerización rural y urbana durante la independencia (Escanilla, 2018). Sin embargo, resulta relevante reparar en un efecto no previsto: la militarización potenció formas de autodefensa, lo que permite comprender que las montoneras no surgieron de manera repentina, sino que pueden explicarse como parte de un proceso de larga duración. Incluso las representaciones simbólicas de los sectores populares comenzaron a transformarse. Si en periodos anteriores los indígenas incorporaron elementos eclesiales en su vestimenta (mangas, bordados), hacia 1800 era habitual presentarse como Sargento Mayor o Teniente de algo. Lentamente, se establece una percepción diferente del orden y de la violencia como propulsora del orden. En el Cuadro 1 se presentan únicamente las compañías de infantería y el número de plazas disponibles en las milicias urbanas. Cabe señalar que los regimientos de caballería contaban con una cantidad entre 300 y 500 plazas en promedio.

 

Cuadro 1: Regimientos de infantería (1760-1770).

Año

Nombre

Plazas

SIERRA CENTRAL

1762

1768

1762

1769

Compañías sueltas de Ica

Regimiento de Aragón de Jauja

Regimiento de León de Huánuco

Compañías sueltas de Anco

260

93

130

130

SIERRA CENTRO-SUR

1761

1769

1769

1760

1766

1760

1769

Regimiento de Abancay

Regimiento de Calca

Regimiento de Paucartambo

Regimiento de Urubamba

Regimiento de Andahuaylas

Regimiento de Huanta

Regimiento de Huancavelica

1367

630

630

630

40

630

630

NORTE

1740

1762

1777

1769

1776

1762

1760

Compañías sueltas de Trujillo

Regimiento de Cajamarca

Regimiento de San Antonio de Cajamarca

Regimiento de Chachapoyas

Regimiento de Moyobamba

Batallón de Piura

Regimiento de Lambayeque

620

1050

1015

630

630

430

1040

SUR

1768

1770

Regimiento de Moquegua

Batallón de Tarapacá

Batallón Puno

Batallón de Chucuito

138

630

s.i

s.i

 

Fuente: El ejército en Perú y los Dragones de Chota y Huambos. Blog Mi Niña Chota.

Ver: https://seve126.wordpress.com/2016/03/10/el-ejercito-en-peru-y-los-dragones-de-chota-y-huambos/

 

Nótese que el mayor número de estos regimientos estuvo concentrado en la costa y sierra central hacia el norte: Chancay, Huaura, Santa, Cañete, Chincha, Ica, Nazca, Huánuco, Huanta, Huamalíes, Trujillo, Luya y Chillaos, Querecotillo, Chalaco, Ferreñafe, San Pablo de Chalaques. En contraste, solo tres destacamentos, se ubicaban en el sur: Camaná, Moquegua y Lampa. Como se ha mencionado, a estos contingentes debe sumarse la creación de diversas compañías de dragones distribuidas a lo largo y ancho del virreinato. Para 1780, probablemente en respuesta al levantamiento de Túpac Amaru, se observa un leve incremento en el número de dragones, aunque no significativo en términos virreinales, quizá porque la insurgencia de este cacique cusqueño no tuvo un impacto en el centro ni en el norte del virreinato.

En todo caso, es visible que, durante la segunda mitad del siglo XVIII, las dos instituciones —la Iglesia y el Ejército— coexisten y redefinen sus funciones. En esta etapa, la Iglesia alcanza uno de sus momentos de mayor consolidación, mientras que, paralelamente, el Ejercito comienza a cobrar relevancia institucional bajo la forma de milicias y regimientos. La sociedad experimenta un progresivo cambio institucional: la fuerza apaciguadora de una procesión y de los autos de fe dejan paso a la fuerza militar y el ejercicio de su poder como constructora de paz y orden. Este proceso de cambio institucional nos lleva a reflexionar sobre la batalla de Junín, el territorio en el que se realiza y los hombres que la pelean en el marco de una guerra declarada a muerte.

 

Los hombres y el cambio institucional en la batalla de Junín

Pensar una batalla en términos de cambio institucional supone prestar atención tanto a la geografía como a los vínculos socioeconómicos que permiten su utilización como un punto de encuentro humano y, con ello, de articulación entre regiones intra y supravirreinales. De entre las múltiples posibilidades de que se dieran batallas en otros espacios, resulta clave Junín, el espacio centro andino, en el proceso de independencia peruana. De este espacio confluyeron militarmente las grandes fuerzas en choque, independentista y monarquista, así como intereses socioeconómicos derivados del extenso sur rioplatense y del gran norte neogranadino.

El imperio español supuso la existencia de jurisdicciones administrativas que, a manera de cascada, permitieron gestionar la diferencia social interna y a la vez, cohesionar un territorio de vastísima extensión. En el caso de Sudamérica, se identifican tres grandes espacios geográficos bastante diferentes entre sí, que conglomeraban un conjunto de regiones, esas asociaciones humanas y mercantiles que sustentaban un conjunto de redes que, a su vez, conectaban múltiples sociedades. Por un lado, el norte, caracterizado por una alta productividad agrícola, comprendía el virreinato de Nueva Granada, que incluía como dominio la capitanía general de Venezuela. Por otro lado, el sur articulado en torno a la minería, centrada en un espacio circumlacustre (Titicaca), con economías ganaderas y agrícolas, cuyo comercio salía informalmente por el río de la Plata, luego convertido en virreinato. Finalmente, un espacio central —el corazón del virreinato del Perú— étnicamente andino, ganadero, algo agrícola y fundamentalmente mercantil en el que los comerciantes de los otros espacios se encontraban.

A través de este espacio central fluían densas rutas comerciales que vinculaban personas y productos. Desde Trujillo, se accedía a la sierra atravesando la Audiencia de Quito y el virreinato de Nueva Granada y terminaban —o comenzaban— en el Caribe. Desde el sur, la minería y el comercio partían del señorío cusqueño, la riqueza de Chuquisaca, cruzaban el espacio alrededor del lago Titicaca y se proyectaban hacia virreinato de Buenos Aires, para llegar a la ciudad-puerto del mismo nombre y participar del comercio de todo ese espacio (Aldana, 2024; Aldana y Pereyra, 2021).

Hacia 1800, el norte del virreinato presentaba una marcada presencia de comerciantes caribeños: cubanos y neogranadinos operaban directamente en la región, pero también había una fuerte presencia indirecta de ingleses de Jamaica y de las Trece colonias por los vínculos con los caribeños que llegaban o porque los locales se instalaban en el Caribe, en Jamaica, por ejemplo, para negociar. En el sur los vínculos comerciales sobrepasan ampliamente los límites virreinales. Es muy conocido el comercio entre Arequipa y Buenos Aires, tanto por vía terrestre como marítima, así como la importancia del puerto de Arica y de todo tipo de comercio que atraía. Este entramado económico se vio tensionado por el descontento que generaron los cambios impuestos por las reformas borbónicas, que alteraron las reglas del juego en una sociedad hispanoamericana establecida y que cuajaba en múltiples revueltas y oposiciones de distinto tipo. (Bassi, 2017; Aldana, 2020; Mazzeo, 2018).

 

Mapa: Sierra central como punto de encuentro

Fuente: elaboración propia.

 

Por tanto, el encuentro en el Perú y en las subsecuentes batallas de Junín y Ayacucho resulta del voluntarismo de líderes insurgentes liberales, pero también del choque de importantes intereses socioeconómicos. Lima y sobre todo su hinterland serrano, la sierra central y centro sur —si incluimos a Huamanga— fueron el punto de encuentro geográfico-económico. Por la situación, los eventos tenían que decantarse necesariamente por la vía militar y, con ello, concretar el cambio institucional con la defensa del territorio.

Recordemos que, realizada la primera campaña militar dirigida por San Martín, el problema se centró en la sierra central, que dio pie a una verdadera guerra de independencia militar, una segunda campaña que terminaría siendo dirigida por Bolívar. En el camino, Trujillo se visibilizó como la capital de facto del país que era, y Cusco se convirtió en la capital oficial del virreinato, merced a la presencia del virrey. Lima fue asediada, tomada y abandonada por los realistas, aunque Rodil se quedó encerrado en el puerto del Callao, punto importante para entender la necesidad de la batalla de Junín.

Si consideramos el ejemplo inicial de este texto sobre la imagen del señor de Muruhuay, se hacen visibles dos temas: primero, el lugar central que ocupa, militarmente hablando, la Intendencia de Tarma. Y luego, las percepciones que resaltan a quienes los locales consideran importantes en la lucha: los montoneros.

Con respecto al primer tema y, como se ha señalado, en Sudamérica, la sierra central era el punto de encuentro de dos grandes modelos socioeconómicos. Pero también, debe considerarse que, dentro del virreinato del Perú, la Intendencia de Tarma era un punto clave por su ubicación con respecto a la costa del Pacífico y, en general, en el subcontinente. Gracias a sus puertos, se tenía acceso a la sierra y a la ceja de selva en un corto tiempo y espacio; no es casual que San Martín optara por el puerto de Supe. También y, sobre todo, la Intendencia de Tarma era clave por sus serranías; controlarlas permitía controlar toda la sierra, la ceja de selva y la selva centro norte. Asimismo, la mina de Cerro de Pasco era crucial para el mantenimiento de la guerra. Consciente de esta importancia, el virrey Pezuela envió a O’Reilly para la defensa de las minas y la ciudad; en ese momento, la Batalla por Pasco fue estratégicamente central (Mendoza, 2021, pp.196-7). Los independentistas y los realistas se encontraban en esta intendencia de Tarma que articulaba todo un conjunto de pueblos y sociedades, como Acobabamba, bastante cerca de la Pampa de Reyes.

Resaltemos que la ciudad minera de Cerro de Pasco era un punto central pues, como se ha visto en otro estudio, la hidrografía marcó la apropiación de esta geografía particular: de Cerro de Pasco al norte, el Huallaga y el Marañón conectaban por la vertiente oriental, Huánuco y Huaylas hacia el norte con la intendencia de Trujillo y luego con la Comandancia de Maynas. Por su parte, de Cerro de Pasco, al sur, la laguna Chinchaycocha y el río Mantaro marcaban una orientación de contactos que, siguiendo la corriente de los ríos, conectaban la sierra sur del virreinato. La Intendencia de Tarma demarcó un interesante eje económico regional que vincula a un amplio conjunto de grupos sociales diferentes que giran en torno a la fuerte presencia minera de Cerro de Pasco (Aldana, 2024).

Hechos que refuerzan el recuerdo visible en la narrativa histórica del Señor de Muruhuay son reflejados en los recuerdos de cómo los montoneros se escondieron en los cerros. Interesante, mientras que la historiografía oficial regional registra cuántos hombres pelearon en el ejército patriota y realista, cuántos fueron los de caballería y los de infantería, que si dragones, coraceros, etc. (Peñaloza, 1995), los locales de Acobamba recuerdan, aún con temor y reverencia, la aguerrida presencia montonera.9 Es bastante lógico, porque los locales siempre recuerdan a los hijos de la región que participan de cualquier magno evento histórico y mucho más si se trata de la independencia. También se puede pensar que hay una suerte de «invención» reciente de la historia por la cantidad de datos históricos que recoge la narración, justamente en el momento del bicentenario. Pero igual y finalmente, también es posible que se haya recordado por escrito lo que forma parte de una representación y memoria local que se ha mantenido viva, aunque pulida por algún estudioso local; solo nos permitiría saberlo con estudios de historia oral, hasta ahora inexistente en el Perú sobre esta temática.

Los montoneros, la fuerza local en el cambio institucional

En todo caso, percibimos la importancia local y regional de los montoneros, aquellos de los que queda muy poco en el registro oficial y que se están rescatando cada vez más10. Ellos representan a los hombres que hicieron posible el cambio institucional y construyeron —o impidieron— los puentes entre el virreinato y la república.

La democracia es una institución particularmente difícil de construir, más aún en un contexto como el de la república, donde aún estaba vigente la voluntad general de los pueblos del Perú, socialmente jerarquizados en una estructura variopinta que combinaba libres y liberados, esclavos y siervos, vasallos y súbditos, entre las posibles perspectivas de análisis social y donde la Iglesia ya no actúa como institución cohesionadora. Por tanto, concluido el virreino y la independencia, es lógico que se disparasen los temores y los enfrentamientos sutiles o abiertos entre los múltiples intereses locales, regionales y ahora nacionales. En este punto, cabe recuperar las inquietudes de Bernardo de Monteagudo, quien se preguntaba si las ideas democráticas eran adaptables al Perú, un país caracterizado por:

la diversidad de condiciones y multitud de castas, la fuerte aversión que se profesan unas a otras, el carácter diametralmente opuesto de cada una de ellas, en fin, la diferencia de las ideas, en los usos, en las costumbres, en las necesidades y en los medios de satisfacerlas, presentan un cuadro de antipatías e intereses encontrados (Monteagudo, 1823, p. 12; énfasis en p.18).

¿Cómo establecer la república y eliminar el virreino? ¿Cómo mantener el orden durante y después de la independencia? El progresivo cambio de institucionalidad supone la emergencia del ejército como fuerza precauteladora del orden social. Esta transición entre un sistema y otro se definió con una guerra, realmente violenta, larga y muy costosa que enfrentó a hombres, intereses y posturas ideológicas.

La Iglesia sostenía el edificio del poder virreinal, pero también fue la institución encargada de auxiliar y brindar soporte social a los «miserables», es decir, a blancos pobres, indios, mestizos, mulatos, negros, libertos y esclavos. Generalmente, fueron los sacerdotes quienes se ocuparon directamente del cuidado de estos sectores; sin embargo, también ellos vivieron el conflicto político de la época y también tomaron decisiones al respecto. Algunas de estas se tomaron de manera inmediata y contundente, como la del franciscano Bruno Terreros.

Pensemos en la situación de la gente común. Hemos visto cómo algunos se escondían en las cuevas de las punas para huir de los ejércitos; otros eran llevados —probablemente a la fuerza— para formar parte de las filas militares. Quizás, entre ellos, algunos soñaban con la libertad y la república. En el contexto de la Intendencia de Tarma, esa experiencia pudo estar más vinculada al espíritu igualitario promovido por las Cortes de Cádiz. Cabe señalar que, incluso dentro de esta misma jurisdicción, las experiencias fueron radicalmente distintas: mientras que en el norte de la intendencia se dio la rebelión de Huánuco en 1812-1813 en contra de la Constitución, en el sur de ella, específicamente en Huancayo, se la juró en paralelo, marcando el imaginario local como para hacer de la Plaza Constitución la más importante. Entre la militarización presente desde 1760-1770 y los prolegómenos de la independencia, como la jura o no de la Constitución de Cádiz, hay que reconocer que la Intendencia de Tarma era proclive al cambio y quizás, a ser independiente; faltan estudios al respecto.

En este contexto, ser montonero fue una de las opciones posibles para la población. Gente que no era solo simples indios de comunidad -que también los había- sino un variopinto grupo de personas, un muy activo conjunto de pequeños y medianos propietarios, comerciantes, ganaderos y agricultores, en ese orden, que siendo diversos se entienden en un medio colectivo; una realidad de gente cohesionada por unidades poblacionales, como señala Hurtado (2022) pero que también, hacia el sur, formaban «comunes de indios».11 La particularidad de la sociedad en la sierra central, el escenario donde la batalla de Junín se realizó, es la de estar formada por un conjunto de propietarios y trabajadores que participaban de un colectivo mayor organizado en torno a una ciudad que los unificaba por el mercado de compraventa de productos. En la vida cotidiana podían ser campesinos, arrieros, artesanos, comerciantes locales, músicos o sacerdotes y, como era normal en el mundo andino, también las mujeres estaban presentes; recordemos que hombres y mujeres peleaban por igual en las asonadas, revueltas y batallas que tuvieron lugar en el virreinato tardío. Era una sociedad eminentemente mesocrática, con contactos hacia el norte y gran norte, y con el sur y el extenso sur.

Los montoneros no dejaron de accionar entre 1821 y 1824. No todos eran patriotas, algunos estaban a favor del rey y, por supuesto, otros actuaban en función de intereses particulares, una conducta frecuente en contextos de guerra. Como en otras regiones, los montoneros de la sierra central actuaban en montones o pequeños grupos, con armas fabricadas por ellos mismos, y su principal ventaja era su conocimiento y manejo del terreno —una ventaja clave en zonas andinas—. Se posicionaron estratégicamente en Pasco, Reyes, Colca, Chupaca y Chongos Alto, bajo el mando de Francisco de Paula Otero. Su presencia fue constante desde el momento en que el virrey La Serna abandonó Lima y ascendió hacia la sierra central. Las tropas del virrey fueron continuamente antagonizadas por los montoneros en Yauyos (Salazar, 2021) y no tardaron en producirse combates violentos como la batalla de Azapampa (29 de diciembre de 1820).

El traslado de La Serna al Cusco, pasando por la sierra central, inaugura tres años de intensos enfrentamientos bajo la dirección de José de Canterac, quien estableció en Huancayo —y particularmente en Azapampa— la sede de operaciones de su ejército. La actividad de este general fue extraordinaria: en agosto de 1822 incrementó el número del Ejército del Norte a 4,335 hombres, quienes fueron mantenidos mediante las remesas obtenidas de exacciones y botines de las incursiones a Cerro de Pasco y sus inmediaciones. También desarrolló múltiples estratagemas militares que le aseguraron el control de la zona: le hace creer a Arenales que va para Ica y en realidad se reúne en Moquegua con el general Jerónimo Valdez. Juntos enfrentaron y derrotaron al Ejército Libertador en Torata (20 enero de 1823). Su lugarteniente, José Carratalá, no fue menos activo, ya que mantuvo una campaña permanente de «pacificación» y control a través del miedo.

En el interín, se intensificó la labor de los guerrilleros o montoneros, así como su adhesión progresiva a la causa insurgente. Incluso los sacerdotes, como Bruno Terreros Baldeón, terminaron por cambiar definitivamente de bando y dejaron la sotana por el uniforme. Se sabía que los realistas habían incendiado templos, robado ornamentos sagrados y hasta fusilado a algunos sacerdotes como sucedió en Cangallo en 1822. Se dice que cuando Carratalá llegó a Chupaca, hizo escarnio de Terreros y lo amenazó para que entregara un cáliz de oro. La ambición de este realista, inaudita para la época y para un sacerdote, determinó que hasta ese momento el manso franciscano colgara los hábitos, amotinara a los indios y con sable, pistolas al cinto y trabuco en mano, dirigiera un grupo de montoneros con 200 hombres a lo largo del valle del Mantaro. Álvarez (٢٠٢٢) señala que este sacerdote era hijo de padre aragonés y madre local, fue enviado a la iglesia desde joven y a los 26 años fue elegido subdiácono, luego fue ordenado presbítero en 1810 y, finalmente, fue nombrado cura de Chupaca en 1817. Según el autor, su trayectoria representa un caso de ambigüedad auroral en el proceso de independencia, marcado por la incertidumbre frente a los hechos que le tocó enfrentar. En un inicio, defendió a la Corona, pero por el abuso y el pillaje por parte de las tropas realistas se cambió a los patriotas; sus acciones lo llevaron a obtener el rango de coronel en el ejército patriota.

Su conversión patriota y su tránsito al ejército correspondiente, lo llevaron a alinear detrás suyo al presbítero Pedro José Bernuy, Gabino Uribe y Estanislao Márquez, convirtiéndolos en montoneros. El primero, Bernuy, se convirtió en cirujano de las guerrillas de Jauja; el segundo, Uribe, fue jefe de los montoneros de Huarmey y finalmente, Márquez, párroco de Huancayo, fue quien juramentó la independencia de dicha ciudad (Dunbar 2018, p. 24). Sin duda, existieron más casos de tránsito entre estas instituciones, pendientes aún de ser investigados con mayor profundidad.

El impacto de una batalla, como la de Junín, en el cambio institucional

La batalla de Junín es una muestra de cómo cala la institucionalidad militar. Si bien hubo siempre montoneros en las diferentes batallas previas de la independencia, la guerra los fue alcanzando y fueron asimilados a los ejércitos patriota y/o realista; es decir, de ser batallas y pronunciamientos más o menos aislados, la guerra los fue reuniendo; un tema que ha sido interés de otros estudiosos, como C. Méndez (2013). Así en Junín se van a encontrar los grandes ejércitos en pugna pero sobre todo, los montoneros, gente de la sierra central y también del resto del virreinato; gente no necesariamente contabilizada en la documentación, sea por los intereses de Bolívar de ensalzar al ejército colombiano en su propio juego12 o de los españoles de minimizar la pérdida de Junín13. La guerra se expande y con ello las respuestas aisladas devienen en una lógica común; en la batalla de Ayacucho, muchos montoneros estarán informalmente formales dentro del ejército.14

Un elemento que remite a la importancia de las batallas y que se puede considerar base para la institucionalización de un sentir social es, por ejemplo, el hecho de que para los montoneros las prendas de los realistas eran una presea. Miller señala cómo se vestían los montoneros que batallaban y por ello, sabemos que sus trajes eran variados, «chaquetas de húsar, casacas de infantería y pellizas encarnadas, quitadas a los realistas muertos, estaban entremezclados con los uniformes patriotas». Aunque todos llevaban una suerte de uniforme porque se ponían un poncho «que llevaba en forma usual o liado alrededor de la cintura en forma de faja, o colgado fantásticamente sobre el hombro y el infaltable lazo» (Dunbar, 2018, p. 32). De tener prendas asociadas al poder que los honraba como ganadores, pasaron a buscar la dignidad de ser reconocidos como partícipes de la guerra. Resaltemos lo dura que fue la guerra para todos los que peleaban. Los enfrentamientos eran prácticamente entre iguales fisonómicamente hablando y, hasta las diferencias de uniforme —realista y patriota— se diluían, porque en el fragor de las marchas y de los enfrentamientos se volvían jirones, más aún si se trataba de montoneros, estas diferencias podían devenir en irreconocibles por completo, hasta intercambiaban santos y señas para reconocerse y, aun así, era difícil (Roca, 1972).

La importancia militar fue creciendo. Del interés de San Martín para mantener la violencia limitada, se transita a la guerra a muerte declarada por Bolívar. El golpe de Pedro Olañeta el 22 enero de 1824 fue importante para el proceso de independencia, ya que dividió el ejército realista, pues La Serna envió 5000 hombres para pacificar su alzamiento. Por cierto, resulta interesante que el virrey La Serna descalificara la disidencia de Olañeta en el Alto Perú por pretender «ahora titularse el único defensor de la Religión y el trono en el Perú». Como señala Sala i Vila (2023b p. 81), «la fe religiosa adquirió una dimensión social y política trascendente, sobre todo en contextos conflictivos, cuando no fue extraño que la publicística política se expresara en términos de analogías de inspiración bíblica, al mismo tiempo que la religión actuaba de urdimbre social». Los realistas levantaban la religión, los patriotas, «la justicia de su causa que Dios defiende» (pero no impone...). En todo caso, la disidencia de Olañeta también impulsó a que Bolívar se pusiera en contacto con él para negociar, lo que era un imposible pues pasaba por un reconocimiento monárquico.

Mucho se ha discutido sobre la batalla de Junín en la meseta de Bombón. Las avanzadas de los ejércitos se encontraban en la Pampa de Reyes. En un inicio, los patriotas estaban perdiendo y la orden falsa de Razuri impulsó la acción de Suárez. Al final, se invirtieron los resultados y los patriotas ganaron, no solo militar, sino, sobre todo, moralmente. Lo suficiente como para quedar en el recuerdo como en el caso del Señor de Muruhuay, narración que nos recuerda lo que los datos oficiales no hacen: la presencia aguerrida de los montoneros porque cerca de 1500 pelearon del lado patriota15. La batalla no duró más que 45 minutos y no se disparó un solo tiro, solo utilizaron arma blanca y probablemente hondas y lanzas. Las tácticas militares napoleónicas de enfrentamiento militar poco pueden ser utilizadas en terreno tan accidentado, pero sí las maneras guerrilleras de los montoneros; solo falta estudiarlas.

La batalla de Junín fue la pluma que inclinó la balanza en favor patriota pues, además de cerrar definitivamente el acceso a las minas de Cerro de Pasco, cortar el camino de bajada a Lima y el Callao, y atrapar al virrey en Ayacucho, implicó la notoria y creciente fuerza del ejército y el lento, pero continuo declive de las religiones vinculadas al antiguo régimen virreinal.

 

Conclusiones: La batalla de Junín en un mundo institucional en cambio.

Podemos pensar en cómo la batalla de Junín es un signo del cambio institucional. Más allá de ser un punto de encuentro entre los que venían del sur y los que llegaban del norte fue el momento en que la guerra dio cobertura cohesionadora a todos los que peleaban, tanto a los montoneros, que eran fundamentalmente la población local pero no exclusivamente, como a los soldados que venían de todo el territorio y de todos los oficios. Más aún, más que los hechos mismos de la batalla, el antes y después queda en relatos como el del señor de Muruhuay; con una semántica diferente, los patriotas ganadores se sirvieron del instrumento que de aquí en adelante tomó cada vez más dignidad: el Ejército. Por su parte, los perdedores, los españoles, se mantuvieron en el recuerdo como forjadores de un futuro en el que ya no estaban; es decir, estaban en la narrativa local de la guerra, pero no más en la construcción republicana. Y la Iglesia, siempre importante, no tendrá institucionalmente durante la república, un reconocimiento semejante al que tuvo en el virreinato.

Por tanto, el relato del Señor de Muruhuay refleja el cambio institucional que se va dando entre la población, sin que necesariamente se perciba a cabalidad: se trata del tránsito entre las instituciones del mundo virreinal en desaparición y aquellas de una república en formación. En este proceso, la Iglesia, encargada del control de corazones, cabezas y cuerpos, comienza a dejar espacio a otra gran institución: el Ejército, centrado en la necesaria y creciente defensa del territorio que la Corona española tenía que hacer a lo largo del siglo XVIII y plenamente a inicios del siglo XIX, lo que marcaría el destino republicano. Un cambio que cala progresivamente en el imaginario. Junín es una batalla muy corta para la épica de la época; con gente que peleaba con un ejército formal, pero también, quizás y, sobre todo, con las informales montoneras que no son consideradas ni en el parte de guerra patriota ni en la información realista, pero que sí se queda en la memoria y el recuerdo de las sociedades de la sierra central.

La batalla de Junín confirmó y reforzó la presencia del ejército, cada vez más necesario en la etapa republicana. Porque tanto la Iglesia como el Ejército transitaron la república, pero mientras que la primera perdió su fuerza política, la otra no fue más que ganándola y, además, se reforzó ese rol de ejército-ciencia porque será el encargado de reconocer y defender el territorio patrio. La geografía y el rechazo a los cambios en el estatus quo virreinal, internos y externos, contribuyó a la progresiva militarización del territorio con un posible efecto no pensado: la reactivación de una capacidad de autodefensa por la necesidad de defender el territorio de europeos no españoles en el gran norte del subcontinente, pero definitivamente en el caso del virreinato del Perú, por la defensa interna frente a los indígenas de la sierra, ceja de selva central. De aquí, salieron buena parte de los montoneros que pelearon en Junín; su particularidad fue tan interesante que ha capturado la imaginación de prácticamente todos los historiadores que estudian la Intendencia de Tarma y muchos que historizan el momento en la sierra centro sur como C. Méndez.

El tránsito institucional se hace claramente visible en algunos casos como Bruno Terreros y otros sacerdotes que, siendo hijos de la Iglesia, optaron por convertirse en activos miembros, primero de la independencia y luego de la naciente república a través de su participación en el ejército que, desde ya, cumplía un rol como institución de ascenso social. Así, la batalla de Junín desbordó su rol militar en la independencia y se convirtió en un hito que nos hace reflexionar cómo una institución como la Iglesia pierde fuerza en la república, tanto que muchos puestos eclesiásticos quedaron vacantes y recién en 1840 comenzaron a nombrar nuevas autoridades religiosas, pero bajo otras reglas. Por el contrario, el Ejército tuvo un rol crecientemente protagónico, primero detrás de los caudillos y luego estructurados y modernizado por el Estado peruano.

 

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  1. 1 En el puesto oficial del mismo Santuario del Señor de Muruhuay se puede comprar la Historia del Señor de Muruhuay. Pero hay otra versión que se registra en las revistas, Festividad en Honor al Señor de Muruhuay. Patrono de la Región Junín y Patrimonio Cultural de la Nación (N.° 5 y 6), publicado o financiado por la Municipalidad del Centro Poblado Muruhuay. En la información que se presenta se cuenta que, a causa de una epidemia de enfermedades incurables en la región (fiebre tifoidea, vómito negro, viruela negra), los enfermos fueron llevados a Shalacoto, donde encontraron un manantial, cuyas aguas curaban milagrosamente sus males.

  2. 2 Existe una historiografía vasta y rica que ha abordado estas temáticas. En efecto, la cantidad de autores que han estudiado la relación entre Iglesia y virreinato, así como entre Ejército y república, es considerable. A modo de ejemplo, en lo que respecta a la configuración del Ejército republicano, destacan los trabajos de Cecilia Méndez (2005, 2014). No obstante, si se busca comprender el impacto social y las transformaciones en el comportamiento institucional de las fuerzas armadas, resulta fundamental el enfoque propuesto por Rabinovich (2012). En el ámbito regional, el papel de las montoneras en la guerra de independencia en el centro del Perú ha sido explorado en un arco historiográfico que va desde Vergara Arias (1973) hasta los estudios más recientes de Montoya (2002, 2019).

  3. 3 Se presenta una nota-resumen de las posiciones de North en: Ortega, J. M. (21 de abril de 2021). Introducción al pensamiento de Douglass North: instituciones y cambio institucional. Blog de Derecho Económico #VamosMásAlládelDerecho, somos opinión. https://derechoeconomico.uexternado.edu.co/analisis-economico-del-derecho/introduccion-al-pensamiento-de-douglass-north-instituciones-y-cambio-institucional/

  4. 4 Quizás el primero en llamar la atención sobre la participación indígena decisiva en las batallas de la independencia fue Vergara Arias (1973). Montoya recogió la actividad de estos indígenas y la defensa de sus intereses frente a líderes del proceso que intentaban controlarlos (2002; 2019) mientras que Escanilla (2021a,b) los analiza como actores políticos activos y claves en el proceso de independencia.

  5. 5 Entre las nuevas visiones que se remiten a las instituciones eclesiásticas, podemos servirnos de Danwerth, O.(Ed.). (2019) Normativas e instituciones eclesiásticas en el virreinato del Perú, siglos XVI-XIX. Frankfurt: Max Planck Institute for European Legal History.

  6. 6 Sobre los franciscanos, ver Izaguirre, Bernardino, Fray. 1923. Historia de las Misiones Franciscanas y Narración de los progresos de la Geografía en el Oriente del Perú (1619-1921) Lima: Talleres tipográficos de la penitenciaría [Recuperado: https://ia803402.us.archive.org/13/items/historiadelasmis02izag/historiadelasmis02izag.pdf]

  7. 7 Estas expediciones son bastante conocidas y estudiadas. Relacionadas con las de la selva, ver Peralta Ruiz, Víctor (2022) Las expediciones científicas y la visualización imperial de la Amazonía peruana, 1778-17991. Boletín Americanista, 84, pp.63-83.

  8. 8 El interés de analizar el ejército rescata en general a los altos mandos, como McFarlane (2005). Pero, como se ha mencionado, en el caso del Perú, desde Vergara (1973) se ha venido rescatando la participación de los sectores populares.

  9. 9 Ver la nota 1 y las afirmaciones que la generan.

  10. 10 Nuevamente menciono a los que han trabajado sobre los guerrilleros de la sierra central: Vergara, 1973; Escanilla (2021 a,b) y de la fructífera obra de Montoya (2019) de la que tomo un solo ejemplo.

  11. 11 Se recuerda que los comunes de indios es un término que remite más a la época virreinal, como lo demuestra Aldana y Diez (1994) y luego lo trabaja junto con su proceso de comunalización para la sierra de Piura, Diez (1998). Término que también le parece adecuado a C. Hurtado, especialista en la historia del centro del Perú (comunicación personal, 1.07.2025). Para todos, las comunidades indígenas refieren más a una construcción/ reinvención contemporánea.

  12. 12 Recordemos que hacia 1824, Santander buscaba equilibrar las posibles amenazas que enfrentaba la Gran Colombia. Recordemos una respuesta de Bolívar a este militar- presidente: «Supongo que Vd. pensará que retiramos del Perú es cosa fácil y sin peligro; mi respuesta es la misma que siempre he dado: que al perderse el Perú se pierde todo el sur de Colombia» (Bolívar, 1950, pp. 932-935). Aquí se percibe que el tema era recurrente.

  13. 13 Ver [Anónimo] NN. El diario de Operaciones del Exercito Real del Perú (Lima?, s.f: 8f) donde se narra la batalla de Ayacucho principalmente. Junín solo aparece brevemente cuando se cita que Don José Canterac «sin más contratiempo que un pequeño (pero desordenado) encuentro de su caballería con la enemiga».

  14. 14 Es interesante percibir que, si bien hay montoneros en todas las batallas del norte peruano, su presencia es más visible en la sierra central. Por eso, trabajar montoneros supone acercarse a Dunbar Temple (1975); alli se percibe como se incrementa el número de locales y de los que vienen de afuera de la región central. No todos se incorporan al ejército y por eso, se señala que son informalmente formales: luchan por el Perú, pero no se incorporan al ejército necesariamente. Pueden formar parte de grupos de montoneros. A pesar de los importantes estudios de Escanilla (2021), falta establecer cómo se percibían esos montoneros a sí mismos.

  15. 15 Las informaciones sobre el número de los que pelearon cambian de autor a autor por cuanto es un dato aproximado en los diferentes enfrentamientos. La base más fiable, creo, que sigue siendo el análisis introductorio de Dunbar (1975: 1) pero las cantidades varían de lugar a lugar.