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Reexiones sobre
«el problema de la
mujer» en el Perú
Jazmin Jareth Goicochea Medina
Recibido: 02-mar-20
Aprobado: 13-may-20
doi: 10.46476/ra.vi1.21
Resumen
En el presente artículo nos acercamos a la reexión sobre el «problema de la
mujer» en el Perú a partir de un recorrido desde mediados del siglo XIX hasta la
década de 1980. La temporalidad señalada ha contemplado la discusión sobre la
educación, el trabajo y el voto femenino, así como procesos organizativos de las
mujeres de sectores populares y el feminismo. Esta reexión precede la discusión
que incorpora conceptos como patriarcado y género; asimismo, dan cuenta de una
historia llena de luchas y resistencia de las mujeres peruanas frente a contextos
precarios y violentos.
Palabras clave: problema de la mujer, feminismo, organización de mujeres de
sectores populares, voto femenino, género.
Abstract
is article approaches at «the problem of women» in Peru throughout a journey
from mid-nineteenth century to the 1980s. During this time, the country
has witnessed the discussion on education, work and female vote, as well as
organizational processes of women from popular sectors and feminism. is
reection precedes the discussion that incorporates concepts such as patriarchy
60
and gender and tells a story full of struggles and resistance of Peruvian women
facing precarious and violent contexts.
Keywords: womens problem, feminism, womens organization of popular sectors,
female vote, gender.
Resumo
Este artigo tenta se aproximar da reexão sobre o problema da mulher no Peru a
partir de uma jornada de meados do século XIX até a década de 1980. O tempo
indicado contemplou a discussão sobre educação, trabalho e voto feminino, bem
como, processos organizacionais de mulheres de setores populares e feminismo.
Essa reexão precede a discussão que incorpora conceitos como patriarcado e
gênero. E contam uma história cheia de lutas e resistências de mulheres peruanas
que enfrentam contextos precários e violentos.
Palavras-chave: problema das mulheres, feminismo, organização de setores
populares, voto feminino, gênero.
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Introducción
En el presente artículo se aborda la reexión sobre el problema de la mujer en el Perú
a partir de un recorrido desde mediados del siglo XIX hasta la década de 1980. El
problema de la mujer abarca no solo reexión sino también espacios organizativos
de las mujeres frente a la desvalorización de sus quehaceres, responsabilidades,
sentires, formas de pensar, etc. Recordemos que la educación, el trabajo y la
organización eran espacios masculinizados. Mientras que lo privado, el hogar
y sus cuidados eran espacios femeninos. Trastocar estos patrones que regían la
existencia del ser humano producían amplios debates, así como la penalización y
el rechazo de estas consideraciones. Por ello, la reexión sobre el problema de la
mujer planteaba un problema del sexo femenino y no un problema de la sociedad
y su estructura.
El período al que nos acercamos es importante de reexionar en medio de un
contexto en el que exigimos mejores condiciones de vida recuperando las diversas
experiencias de resistencia que surgen a lo largo y ancho de nuestro territorio.
Si bien reducir el problema a la vida de las mujeres no permitía comprender a
cabalidad lo que representaba, no podemos negar la importancia de estos procesos
en nuestra realidad actual, pues los derechos de los que hoy gozamos fueron
conseguidos por las luchas que emprendieron las mujeres que nos precedieron y
las reexiones que plantearon.
Esta tarea se desarrollará a partir de un abordaje histórico porque los procesos
históricos por los que las mujeres peruanas se han visto impactadas han delimitado,
en alguna medida, las aproximaciones que consideraremos en el marco de este
trabajo. La clasicación, que servirá de soporte, dividirá este trabajo en cinco
partes: En primer lugar, abordaremos las primeras aproximaciones sobre la materia
en el Perú. En segundo lugar, consideraremos los procesos desenvueltos entre el
feminismo y la irrupción de las mujeres de sectores populares. En tercer lugar,
nos introduciremos en la reexión sobre el voto femenino. En cuarto lugar, nos
acercaremos a los procesos organizativos y de reexión femenina que tuvieron
lugar durante el período denominado «crisis oligárquica» hasta la revolución
desde arriba que produce el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas.
Por último, concluiremos con algunas aproximaciones sobre la agenda de nuestro
siglo; es decir, sobre la incorporación de la teoría del patriarcado y el concepto de
género.
Este trabajo no es parte de una reexión aislada, sino que responde a apuestas
ético-políticas, sentires y preocupaciones sobre la precariedad en la vida de las
mujeres. Esperamos que nuestro esfuerzo sea de utilidad en la constante reexión
y acción sobre nuestros contextos, trayectorias, historia y territorios.
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No podemos terminar sin expresar nuestro profundo agradecimiento a todas las
compañeras y compañeros que apoyaron nuestra labor reexionando, abriendo
preguntas y compartiendo experiencias.
Primeras aproximaciones en el Perú
1
Los precedentes a la reexión sobre género en el Perú son discutidos como «el
problema de la mujer»
2
. Los primeros aportes se evidencian en la primera mitad
del siglo XIX, en un contexto político convulsionado y de grandes debates acerca
del futuro de la naciente república. Los sectores más conservadores apostaban por
el mantenimiento del orden patrimonial a partir de vínculos personales expresados
en las oligarquías fragmentadas. Los liberales, por el contrario, planteaban
universalizar el Estado y formar ciudadanos. El problema de la mujer es discutido
en ese contexto y se expresa desde las voces del sector liberal, lo que generó un
amplio debate sobre la educación femenina.
Desde la época donde nos situamos, consideramos ineludible empezar por la
mención de Flora Tristán
3
, ya que fue la primera mujer de la historia republicana
que escribe sobre las mujeres del Perú. Su visita a nuestro país entre 1833 y 1834
produce el texto Peregrinaciones de una paria
4
, publicado en 1838 en Francia.
Este libro, además de ser su diario de viaje, expresa una mirada bastante amplia
y crítica del Perú republicano que empezaba a surgir, enfatizando en la posición
conservadora sobre la educación femenina. Además, se interesó por narrar sus
encuentros con dos mujeres peruanas: Dominga Gutiérrez y Francisca Zubiaga
González Gamarra. Ambas recordadas por Tristán a partir de su carácter pasional
y trayectoria de lucha. Esta reexión es importante de considerar porque marcó
un precedente importante al tensar con la posición conservadora de la oligarquía
peruana, de tal forma que fue censurada.
s tarde, diversas voces ampliaron la discusión sobre la educación femenina, sobre
todo desde el sector liberal. Francisco de Paula González Vigil (1858) y Carolina
Freyre (1869, 1872) criticaron la inuencia de la Iglesia Católica en la educación
1. Es necesario señalar que previo al período del que partimos, hay precedentes de mujeres que es-
cribieron en el Perú cuya autoría fue negada. Ejemplos de ello son los textos Discurso en loor de la
poesía, atribuido a Clarinda (1608) y Epístola a Belardo de Amarilis (1621). Asimismo, en el mundo
ya existían acercamientos al tema como el texto Vindicación de los derechos de la mujer de Mary
Wollstonecra (1792).
2. Recordemos que veníamos de un proceso de dominación colonial ejercida directamente desde Espa-
ña, entonces, la principal inuencia sobre este tema proviene principalmente de la literatura española
que, debido al impacto de la ilustración, puso en agenda el problema de la mujer.
3. Es necesario tener en cuenta que Flora Tristán es una de las pioneras del feminismo moderno, ade-
más su importancia radica en su participación en el sindicalismo en Francia.
4. Traducido al español por primera vez en 1946.
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de las mujeres, sin embargo, la propuesta de extender la educación a las mujeres
respondía a fortalecer la familia en el cuidado de las y los hijos, así como en el
cuidado de la pareja, quien era considerado autoridad. Solo así, decían los autores,
aportarían las mujeres en el progreso de la sociedad. En 1874, autoras como Rosa
M. Riglos Orbegoso, Juana Rosa de Amézaga, Julio Constant
5
y Enriqueta Pradel
6
refuerzan los supuestos mencionados.
Por el contrario, Mercedes Cabello de Carbonera (1876, 1879) será crítica a la
educación que formaba a las mujeres para ser un «objeto de lujo», destinadas
a ser «esclavas» del sexo masculino en la vida doméstica. Según la autora, la
emancipación de la mujer es parte de la emancipación de los pueblos. Mariano
Amézaga
7
aportará en esta perspectiva agregando los componentes de raza y de
clase. El autor consideraba que es necesario
(…) crear algo que se levante arreglado desde su raíz, hacer extensiva la instrucción
general y profesional a las clases inferiores de la sociedad, estableciendo una
escuela donde se forme el corazón de las niñas pobres y sobre todo de aquellas
que, por la diversidad de la raza, están condenadas a vivir en cierto divorcio, o
más bien a vivir en cierta dependencia del resto de la sociedad (1952, p. 55).
En medio de la discusión, María Trinidad Enríquez Ladrón de Guevara decide
enfrentar un proceso largo y tedioso para acceder a la educación superior en la
Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco, en 1874. A pesar de sus
esfuerzos, no pudo graduarse porque el trámite se extendió hasta pasada su muerte.
Disputó con la educación conservadora desde su experiencia y fundó un colegio
femenino en el cual brindó cursos como losofía, lógica, matemáticas y derecho.
La lucha de María Trinidad, la iniciativa del gobierno civilista de Manuel Pardo
por capacitar a las mujeres en docencia de niños y niñas, así como la fundación
de Escuelas Normales en Cajamarca, Junín, Cusco y Lima, en 1873; preceden la
obligatoriedad de la enseñanza en primaria para hombres y mujeres, proclamada
en 1876.
Estos procesos generan una amplitud en la discusión sobre el tema en espacios
como las Veladas Literarias
8
. La crítica a la Iglesia sobre su participación en la
educación femenina tuvo continuidad en estas tertulias, organizadas por Juana
5. Pseudónimo de una señorita de Lima.
6. Pseudónimo de Mercedes Cabello de Carbonera.
7. No se encontraron los textos originales, así que fueron recogidos de una compilación de los trabajos
de Mariano Amézaga sobre la educación peruana, el texto se titula “Problemas de la educación pe-
ruana, publicado por la Editorial San Marcos en 1952.
8. Las evidencias de la gran importancia de las veladas literarias se encuentran en comentarios de la
prensa limeña y en el texto Veladas literarias: 1876-1877, publicado por Juana Gorriti, en 1892.
64
Manuela Gorriti
9
en Lima, desde autores como Abel de la E. Delgado, Mercedes
Eléspuru y Lazo, Mercedes Cabello de Carbonera, Teresa González de Fanning
y Benicio Alamos González. Teresa González y Benicio Alamos reexionarán
sobre el vínculo de la educación y el trabajo, considerando una relación directa
entre ellas. Es decir, el acceso a la educación debería permitir el acceso al trabajo.
En ese sentido, ambas actividades eran consideradas necesarias para resolver los
problemas económicos que suscitaban en su hogar y así combatir la miseria, el
desamparo y la prostitución.
La discusión fue truncada por la Guerra del Pacíco (1879-1883). Este
acontecimiento, más bien, redene la sociedad peruana y se gesta el pensamiento
moderno con pensadores como Manuel González Prada
10
. El autor recupera la
reexión previa sobre el problema de la mujer y propone la educación laica y la
emancipación de las mujeres y los indios, desde textos como Instrucción católica,
publicado en Páginas libres, en 1894; y Esclavas de la Iglesia y Nuestros conservadores,
publicado en Horas de Lucha, en 1908.
Clorinda Matto de Turner, mujer indigenista, profundiza también acerca de la
condición de la mujer sudamericana. Entre sus textos más resaltantes recordamos
Las obreras del pensamiento en la América del Sur (1895), Economía doméstica
(1896) y La milicia de la mujer (1896).
La mujer del presente, no puede ya conformarse con la condición de COSA de
la mujer de pasado; entra de lleno a la condición de PERSONA, y por ello sus
deberes no quedan circunscritos en la esfera de producir hijos para entregarlos
al aya y después al colegio. Hoy, la mujer necesita la instrucción sólida de la
inteligencia y la educación cuidadosa del corazón (1896, p. 26).
Este período permitió un amplio debate acerca de la educación femenina e
incorporó trabajo en algunos de los planteamientos. Además, dio paso a la
formalización del ingreso de las mujeres a la universidad en 1908. Recordemos
que en 1909 se publica la primera tesis acerca del problema de la mujer, escrita
y sustentada por Esther Festini. Su tesis para obtener el grado de bachiller en la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos se titula: El rol que corresponde a
la mujer en la sociedad es el que determina su educación. Dicho texto refuerza la
9. Además del gran esfuerzo dedicado a las veladas literarias, a través de sus escritos intentó comprender
el espacio femenino dentro de algunos países de la región andina, como Perú, Argentina y Bolivia.
10. González Prada, principal referente del pensamiento moderno e impulsor del pensamiento anarquis-
ta en el Perú, logró convertir el Club literario en el que participaba, en oposición al ocial dirigido
por Ricardo Palma, en el partido Unión Nacional, en 1891. Los reclamos del partido daban cuenta de
la condición infrahumana en la que vivía el indígena y el obrero, por ello entre sus reivindicaciones
exigía la devolución de sus tierras a las comunidades indígenas, mejores condiciones laborales para
la clase obrera y el sufragio directo.
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perspectiva predominante, concluyendo que «la mujer peruana debe esforzarse,
no por ser ciudadana, sino por formar ciudadanos» (1908, p. 12). Tiempo después
publicó su tesis de doctorado: Cuestiones relativas a la educación femenina.
Hasta este momento, las mujeres que dieron voz al sexo femenino durante estos
años pertenecían a un sector socioeconómico con privilegios innegables, lo cual
les permitió plantear sus posturas e incluso generar espacios de reexión donde
ellas eran las protagonistas.
Entre el feminismo y la irrupción de las mujeres de los sectores
populares
La Guerra del Pacíco no solo tuvo consecuencias que afectaron a las mujeres,
sino que, durante el proceso bélico, las mujeres cumplieron una labor de vital
importancia. Las «rabonas» eran mujeres indígenas que abastecían de alimentación
a los soldados, cargaban armas y siempre se mantenían en la parte trasera de la
caravana. Según Solarte (2018), las rabonas trasladaban «la estabilidad hogareña al
campo de batalla para fortalecer al soldado y, por añadidura, también a la guerra»
(2018, p. 52).
Este acontecimiento que dejó al país en condiciones críticas en términos políticos,
económicos y sociales, no solo evidenció gran participación femenina, sino que
además tuvo consecuencias negativas para las mujeres peruanas —tanto para las que
pertenecían a la oligarquía como para las mujeres de sectores populares—. Algunas
fueron consideradas botín de guerra y violentadas sexualmente, otras sufrieron la
pérdida de padres, esposos e hijos, lo que se reejó en la disminución de población
masculina. Esta situación empujó a las mujeres a asumir responsabilidades que
antes no les correspondían, como el trabajo.
En el siglo XX se contempló un proceso de reestructuración del país, marcado por
la articulación neocolonial basada en la asociación entre el capital imperialista
y precapitalista. Mientras que en la sierra se desenvolvían formas arcaicas de
producción, en la costa se desarrolló el capital con características dependientes.
Estos procesos agudizaron la precarización del trabajo en las ciudades. Con ello
se intensicaron los procesos de lucha del sector obrero, como la huelga de los
sindicatos textiles de Vitarte de 1914 y la huelga general de los jornaleros del valle
de Huaura y Sayán en 1916. La participación de las mujeres pasó de ser dedicada
al abastecimiento, a participar en el campo de batalla. De estas luchas nos quedan
las mártires Manuela Chaajo e Irene Salvador.
La situación se agudizó con la Primera Guerra Mundial, ya que nuestro país empezó
a exportar productos de primera necesidad, lo que generó desabastecimiento y
especulación. El 13 de enero de 1919 se llevó a cabo el paro general que logró
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paralizar el tráco y el comercio. Esto trajo consigo el ejercicio de violencia debido
a la represión de parte de la policía. Producto de esto se creó, ese mismo año, el
comité pro-abaratamiento de las subsistencias, seguido de la primera convocatoria
a una Asamblea femenina, donde participaron mujeres como Evangelina Antay,
Elisa Perrichino, Rosa Saury, Teresa Ticipiano y Miguelina Acosta.
En ese contexto, la presencia anarquista se posicionó sobre el movimiento
popular y se creó la Confederación de Trabajadores del Perú, la cual se expresó en
periódicos como La Protesta y La Crítica. La Protesta fue fundado por el grupo
anarquista «Luchadores por la verdad» que se editó entre 1911 y 1926. Entre sus
páginas encontramos, desde 1922, un apartado llamado «Femeninas». La Crítica
fue fundado en 1917 por la anarquista Miguelina Acosta Cárdenas y la indigenista
Dora Mayer de Zulen. Ambos periódicos tenían una posición de rechazo a la
participación de las mujeres en las estructuras del Estado porque consideraban
que legitimaba las bases morales y la forma de gobierno que querían cambiar a n
de lograr la emancipación de los pueblos.
Por otro lado, diversas voces expresaron su descontento respecto a la situación
de las mujeres: Luzmila La Rosa (1919) y Agustina Gómez (1920) continuaron
con la crítica hacia la Iglesia y su participación en la educación de las mujeres.
Eva Viné de García (1922) suma el rechazo al matrimonio porque su soporte es la
dominación de las mujeres y propone el amor libre basado en condiciones iguales
en términos económicos y civiles. Juan Richardson (1918), por su lado, da cuenta
de la desigualdad entre hombres y mujeres en el mercado laboral y hace énfasis
en la necesidad de exigir remuneraciones igualitarias. Acosta y Mayer (1918)
reexionarán sobre las mujeres migrantes que llegan a Lima en busca de mejores
condiciones de vida, enfrentando la indiferencia de las y los limeños.
Desde esta posición se hizo presente la crítica al feminismo con autores como
Carácciolo Lévano (1919) y las y los directores de La Protesta (1923). Recordemos
que el feminismo proponía que el principio de dominación que rige las relaciones
entre hombres y mujeres es la subyugación de la mujer en lo privado o doméstico.
Es decir, las diferencias biológicas no son determinantes, sino lo social. Si bien
se incorporó el asunto de clase diferenciando las condiciones de vida de las
mujeres pobres frente a las mujeres de clase media y aristócratas, la apuesta está
en función a los derechos de todas las mujeres en tanto ciudadanas (María Jesús
Alvarado Rivera, 1911). Es decir, el feminismo reconoce la estructura existente, las
condiciones de vida que la sociedad presentaba y apuntaba a la conquista de los
derechos de las mujeres en igualdad a los derechos de los hombres (Napoleón Gil,
1918). Esto último es lo que rechaza el anarquismo. Recordemos que consideraban
que la emancipación implicaba romper con lo existente, como las bases morales y
la forma de gobierno. Es decir, no concebían la idea de disputar derechos sobre la
estructura jerárquica existente. Asimismo, Carácciolo considera que los problemas
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feministas deben ser pensados para la clase pudiente, ya que «hombres y mujeres
(clase trabajadora) crecen, viven y perecen en la rudeza del trabajo. Por esto, en
nuestra clase no hay holgazanes, mucho menos parásitos» (1919, p. 1).
El máximo acontecimiento de la época con respecto al posicionamiento del
feminismo fue el discurso que dio María Jesús Alvarado en la Sociedad Geográca
de Lima, en 1911, titulado: El feminismo
11
. Alvarado, heredera de las defensoras de
la educación femenina del siglo anterior, fundó la primera organización feminista
peruana «Evolución femenina». Asimismo, creó la Escuela Taller Moral y Trabajo,
apuntando al trabajo femenino y la falta de educación. Además, logró incorporar a
las mujeres en las Sociedades de benecencia pública, en 1915. Más tarde, en 1924,
Zoila Aurora Cáceres funda la organización «Feminismo peruano». Este espacio
organizó el primer sindicato de costureras, en 1930; y el sindicato de trabajadoras
de la compañía de teléfonos, en 1931. Asimismo, publicó algunos textos acerca
de la condición femenina, entre ellos: La emancipación de la mujer (1896) y
Mujeres de ayer y de hoy (1909). El feminismo se vio interrumpido por la fuerte
represión que llevó a mujeres como María Jesús Alvarado al exilio en Argentina
por 11 años, luego de que el gobierno de turno destruyera su imprenta en 1924
debido a que accedió a imprimir folletos del sector obrero en los que se expresaba
disconformidad frente a la Ley de Conscripción Vial que afectaba a campesinos y
mineros de La Oroya.
Estos procesos se vieron acompañados por la discusión sobre el problema
nacional que respondía a la reconguración de la sociedad peruana, dando paso
al surgimiento de otras apuestas políticas como el socialismo que emprendió José
Carlos Mariátegui
12
y el aprismo impulsado por Víctor Raúl Haya de La Torre, lo
que causó una ruptura entre las mujeres porque se sumaron a apuestas colectivas
partidarias.
Mariátegui (1924) continuará la reexión acerca del problema de la mujer y
remarcará la diversidad del feminismo de la época. Él consideraba que la apuesta
feminista era diversa en el mundo, abarcando al feminismo burgués, el feminismo
pequeño-burgués y el feminismo proletario. Si bien sus raíces, dice el autor, son de
carácter liberal, la época ya lograba expresar las luchas de las mujeres proletarias,
como lo que sucedía en la Revolución Rusa. Las consideraciones del autor se
11. El principal precedente del feminismo peruano es el sufragismo europeo, cuya principal exigencia
fue el voto femenino.
12. Estas consideraciones acerca del feminismo desde José Carlos Mariátegui cambiaron en el tiempo,
ya que en sus primeros años publicó textos donde apoyó la perspectiva hegemónica que pensaba a
las mujeres de forma muy supercial, resaltando su belleza, vanidad e inutilidad en el pensamiento
intelectual. Según Mariátegui (1915) señalaba que las mujeres eran atractivas en tanto estuvieran ale-
jadas de las feministas. Su viaje a Italia cambia su percepción y a su regreso al Perú en 1919 plantea
visibilizar las luchas de las mujeres y apoya la lucha feminista (Guardia, 2013).
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desenvolvieron de la mano con la presencia femenina en la revista Amauta y Labor,
gestionadas por él. Además de expresar en ella la escena política e ideológica de
la época, también intentó denir una escritura femenina, desterrando el carácter
excluyente que atravesaba a la literatura peruana. Algunas mujeres que canalizan
sus voces desde estas revistas fueron Magda Portal (1926), Dora Mayer (1926),
Isabel Barba (1929), Mary González (1929), Angela Ramos (1929), entre otras. Los
temas tratados fueron diversos, entre ellos, se discutió acerca del matrimonio y el
divorcio, las condiciones precarias de las mujeres en el trabajo, las costumbres e
incluso se presentaron poemas como Círculos Violetas de Magda Portal.
La expresión de las mujeres hasta este momento se vio impactada por el contexto
de crisis que azotaba al país durante el gobierno de Sánchez Cerro, quien intentaba
silenciar las voces que protestaban, tal como ya se venía violentando al movimiento
obrero anarquista. A pesar de esto, surgieron organizaciones como el Partido
Aprista Peruano, cuyo líder era Víctor Raúl Haya de La Torre, quien aglutinó a los
sectores populares incluyendo a las mujeres. La gran participación femenina que
se expresó en esa época, según Portal (1933), «consagra así el paso de las mujeres
hacia la conquista de sus derechos» (1933, p. 26). Es decir, no solo se trató de la
participación de las mujeres en el Partido Aprista Peruano, sino de la posibilidad
de expresar sus demandas en actos públicos.
Durante estos primeros años del siglo XX, las mujeres salieron a las calles a
expresar sus diversas demandas que, además, dependieron de su situación y
contexto inmediato. Por un lado, las mujeres trabajadoras planteaban demandas
vinculadas a mejores condiciones en el trabajo, acompañadas de los planteamientos
anarquistas. Por otro lado, desde el feminismo, se reexionó acerca de los derechos
civiles de las mujeres peruanas. Ambos procesos se encontraron con represión
ejercida por los gobiernos de turno, así como el surgimiento de dos espacios
partidarios históricos, como el aprismo y el socialismo.
El voto femenino
En este apartado intentamos recuperar la reexión acerca del voto femenino en un
período de crisis y persecución política que parecía haber silenciado las diversas
voces presentadas hasta este momento. El contexto era complejo por la caída del
presidente Leguía en 1930, la revolución de Trujillo en 1929 y la represión de las
fuerzas políticas antioligárquicas, principalmente, el Partido Aprista Peruano y el
Partido Comunista.
Luis Sánchez Cerro era presidente del Perú cuando se consideró en el debate
nacional el voto femenino. En 1931, se llevó a cabo la Asamblea Constituyente
donde se discutió acerca del derecho al voto de las mujeres, analfabetos, jóvenes
y Fuerzas Armadas. Los militantes del Partido Socialista votaban de forma
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independiente, adhiriéndose a alguna de los tres planteamientos que señalaremos:
no al voto femenino, voto femenino con restricciones y voto femenino irrestricto.
El Partido Descentralista del Perú se asumía en contra del sufragio femenino. Sus
razones giraban en torno a lo inuenciables que podían ser las mujeres debido a
su educación precaria y el prisma clerical que determinaba sus decisiones, la lógica
de que las mujeres no se merecen el sufragio porque no es un derecho que han
conquistado a base de luchas y sobre todo el trastocamiento de la paz y la tranquilidad
de la familia que se basaba en el papel de servicio de la mujer. Según Aguilar (2002),
“«existió, pues, un rechazo muy conservador a la participación de la mujer en asuntos
públicos, porque se creía que el orden establecido hasta ese momento desdibujaría el
hogar tradicional al que se estaba acostumbrado». (2002, p. 131)
Por su lado, el Partido Aprista Peruano consideraba necesario el sufragio restringido.
Las mujeres que participaban en lo público, a partir del trabajo y el estudio, eran
consideradas aptas para asumir esta tarea. Su planteamiento enfocaba su atención
en las mujeres trabajadoras del sector medio y bajo que eran consideradas como
calicadas porque estas tareas dignicarían la política nacional. Asimismo, no
consideraban a las mujeres con formación clerical, pues recordemos que el APRA
se asumía laico. Estas consideraciones eran parte del programa del partido que
reconocía los derechos civiles y políticos de las mujeres, con un enfoque de clase,
siendo críticos y críticas al Código Civil de 1852 que colocaba a la mujer bajo la
patria potestad de los hombres, sea el esposo, padre o hermano.
La Unión Revolucionaria, por el contrario, apostaba por el voto amplio para las
mujeres peruanas en base a los postulados de equidad, justicia y utilidad social.
Consideraban que hombres y mujeres se interesaban en el desarrollo del país y en
esa medida, ambos sexos debían tener los mismos derechos sin restricción. Según
este planteamiento, la idea de que la política nacional era tarea de hombres, era
arbitraria. En ese sentido, rechazaban el Código Civil de 1852. El voto restringido,
para ellos, dotaba de privilegios a unas, violando la lógica de democracia integral.
En un intento de conciliar se propuso el voto facultativo de la mujer en las elecciones
municipales, en la forma siguiente: «Tienen también derecho a sufragio, en
elecciones municipales, las mujeres peruanas mayores de veinte años, las casadas o
que lo hayan estado y las madres de familia, aun antes de esta edad, cuando sepan
leer y escribir» (citado en Aguilar, 2002, p. 152). El supuesto que permitió esta
decisión desde los descentralistas fue, según Aguilar (2003), considerar al voto
municipal diferente al voto político, puesto que los municipios se encontraban más
cerca de la vida comunitaria. El APRA continuaba planteando restricciones para
el voto femenino por las razones ya expuestas y ponía énfasis, desde su postura,
en que las municipalidades eran entendidas como células del Estado peruano. La
Unión Revolucionaria aceptó esta propuesta en última instancia.
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Aguilar (2002), recuperando lo planteado en la Constitución de 1933 sobre el voto
femenino en las municipalidades, citaba el Art. 86° del mismo: «Gozan del derecho
de sufragio los ciudadanos que sepan leer y escribir; y, en elecciones municipales,
las mujeres peruanas mayores de edad (21 años), las casadas o que lo hayan estado,
y las madres de familia, aunque no hayan llegado a su mayoría» (2002, p. 154). A
pesar de esto, las mujeres no fueron consideradas ciudadanas y el voto femenino
en elecciones municipales se puso en práctica recién en 1963.
El voto femenino municipal no era suciente y el debate continuó por largo tiempo.
Desde las mujeres se planteaban algunas consideraciones: María Jesús Alvarado
continuó con su militancia feminista. Ella retoma Evolución Femenina y siguió
dando a conocer su postura sobre el problema de la mujer en favor del sufragio
femenino sin distinción. Zoila Aurora Cáceres, bajo los mismos postulados,
apostaba por el voto femenino para todas las mujeres en tanto ciudadanas.
Mientras que Portal (1931, 1947) da cuenta de la precaria instrucción femenina y la
posibilidad de la instrumentalización del voto femenino con nes políticos desde
los sectores conservadores, secundando la postura aprista. Asimismo, es crítica
con las consideraciones de las mujeres civilistas —entre ellas la mencionada Zoila
Aurora— porque, según Portal, no tenían un programa más amplio que incorpore
el sufragio.
Durante la década del 40, la célula parlamentaria aprista logra que las mujeres
mayores de 21 años puedan intervenir en las asambleas electorales y en las juntas
transitorias. Así llegan algunas a ser concejalas, como María Jesús Alvarado, Susana
Solano, Virginia Izaguirre y Beatriz Cisneros. Mientras que, internamente, en el
APRA se discutía sobre la participación de las mujeres en las decisiones partidarias.
La decisión en contra de los derechos civiles de las mujeres, que expresó el partido
en el II Congreso Nacional Aprista, produjo la renuncia de mujeres como Magda
Portal.
Sin embargo, no fue hasta 1955 que Manuel Odría aprueba la Ley 12391 que
acepta el voto femenino excluyente para mujeres analfabetas. Luego de la discusión
producida por la Declaración Universal de los Derechos Humano y la Convención
de los Derechos Políticos de las Mujeres aprobada en 1952. El 17 de junio de 1956,
las mujeres peruanas ejercieron por primera vez el sufragio, además participaron
como candidatas, de los cuales nueve escaños fueron ocupados por ellas. Las
mujeres habían puesto en evidencia su capacidad al incorporarse a diversas
actividades laborales en lo público. Es decir, las mujeres habían abandonado el
supuesto de lo privado como único espacio de participación.
A la década del 50, las mujeres peruanas habían demostrado su capacidad para
participar en el espacio público, sobre todo, a partir de su trabajo en los diversos
sectores de la economía peruana: el agro, la industria, el comercio, la educación,
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la ciencia y el arte. Según Aguilar (2003), «esto signica que había abandonado
el espacio privado como único escenario de sus actividades, y que solo le faltaba
incursionar en la actividad política; por lo tanto, no había razón para continuar
privándola de la plenitud de derechos ciudadanos.» (2003, p. 148).
La poca experiencia de las mujeres en lo que al voto concierne fue cubierta por
los diversos partidos políticos que llevaron a cabo formas de capacitarlas en temas
sobre «cómo se debe votar», «el voto de la mujer», «lo que es el voto» y «Lavalle y la
conciencia femenina frente al voto». Las películas y las infografías fueron de gran
apoyo en este proceso de aprendizaje.
Esto no implicaba la universalización de derechos para las mujeres, pues muchas
mujeres de los sectores más desposeídos no gozaron del derecho al sufragio
porque el principal requisito era ser letrado en un país con una amplia precariedad
en educación. Sin embargo, mujeres como Alvarado (1953) y Ramos (1955)
expresaron su apoyo al presidente por su decisión respecto al voto femenino.
El voto femenino fue ampliamente discutido, precedido por demandas vinculadas
al derecho al trabajo digno y acceso a la educación. Se evidenciaron dos posiciones
claras al respecto: el voto femenino sin restricción alguna y el voto femenino
irrestricto. Esta última consideración da cuenta de la precariedad que atraviesa
la vida de las mujeres, como el acceso a la educación. El problema de la mujer es
amplio e involucra gruesas desigualdades históricas en nuestro país.
De la crisis oligárquica a la revolución desde arriba: Entre la
reexión y la organización femenina
Las principales disposiciones de Odría delinearon una política industrial fundada
en la exoneración tributaria del capital extranjero, aanzando la condición colonial
del país. Este asunto puso a la ciudad como prioridad, olvidando el área rural. No
solo fue golpeada la economía campesina, sino también los intereses latifundistas.
Esto puso en tensión al naciente sector industrial urbano y la vieja oligarqa basada
en el agro. En las zonas rurales se venía gestando un proceso de convulsión social
impulsado por los campesinos que intentaban recuperar el territorio donde habían
trabajado durante toda su vida. Mientras que la vida limeña se vio trastocada por
las formas de vida de la población migrante que terminó adaptando sus prácticas
al proceso de urbanización que se desenvolvía a causa de la intensicación de la
migración de la población rural a las ciudades en busca de mejores condiciones
de vida. Terminado su gobierno, se inicia la llamada «convivencia» entre el
APRA y Prado en un contexto en el que el capitalismo intensicaba el proceso de
urbanización y que a su vez producía necesidades relacionadas al trabajo, la salud,
la educación, la vivienda, etc.
72
Estos procesos migratorios fueron objeto de investigación en tanto desarraigo
y desvinculación con sus lugares de origen y costumbres, así como también se
profundizó en las actividades laborales a las que acudían las y los migrantes. Rutté
(1963) identica al servicio doméstico como una de las principales actividades
laborales de las mujeres migrantes. El acceso a este trabajo respondía a dos
modalidades: por decisión propia y búsqueda de mejores condiciones en Lima, así
como por enganche. Este último implicaba la entrega de responsabilidades sobre
el bienestar de las mujeres —en muchos casos, menores de edad— de la familia
al patrón. Este vínculo de dominio representaba, según el autor, una relación de
servidumbre. En consecuencia, condiciones precarias de vida en la ciudad.
La difícil situación abrió la posibilidad de que las y los migrantes, al toparse con
un estado incapaz de cubrir las consecuencias del dislocamiento de la población
rural, se organicen a n de cubrir sus necesidades inmediatas. Las mujeres no
estuvieron exentas de organizarse. En 1957 se funda el primer Club de Madres y
la Taza de Leche en El Agustino, sostenidas por mujeres como Consuelo Torres
Tello, aprista y defensora del voto femenino. El Club de Madres estuvo vinculado,
principalmente, a dar soporte a las mujeres de sectores urbanos populares y a las
huelgas sindicales que se producían por el contexto, a partir de ollas comunes.
Participaban las esposas de los trabajadores migrantes de distintos territorios del
país, que conuyeron en la ciudad de Lima en busca de mejores condiciones de
vida. La Taza de Leche, por su lado, es el principal antecedente de los Vasos de
Leche que hoy conocemos. Poco después, en los años 60, los Comités de Amas de
Casa (CAC) surgen en los centros mineros como soporte asistencial del sindicato.
Si bien la organización implicaba la participación de las mujeres en lo público,
aanzaba también las tareas históricas de las mujeres como el abastecimiento.
Mientras estos procesos se desenvolvían en la ciudad, en los sectores rurales se
hacían urgentes medidas para terminar denitivamente con la oligarquía en el
Perú. La Reforma Agraria era urgente. En ese contexto, Belaúnde llegaría a la
presidencia del Perú con apoyo de sectores de clase alta y media. Recordemos
que el sufragio solo permitía la participación a alfabetos, sin embargo, el apoyo
en términos de movilización de diversos sectores de la población fue importante
e inédito en la historia peruana. La esperanza puesta en Belaúnde, por parte del
grueso de la población peruana, expresaba la necesidad imperiosa de recongurar
la forma de dominación predominante durante la república.
Su intento por cambiar el Perú no dio resultados positivos a causa de las intensas
discrepancias con el Congreso, cuya mayoría estaba ocupada por el APRA y
la Unión Nacional Odriísta. Esta situación, acompañada de la relación con la
International Petroleum Company (IPC), el surgimiento de guerrillas y un fuerte
movimiento campesino, produjo el golpe militar en 1968, instalando el Gobierno
Revolucionario de las Fuerzas Armadas (GRFA), presidido por Velasco Alvarado.
73
Según Klarén (2004), se trató de una revolución desde arriba. Las Fuerzas
Armadas tenían un espíritu nacionalista y su principal preocupación era poner en
marcha la Reforma Agraria. Entre sus medidas estuvo la expropiación de varias
empresas extranjeras, la Reforma Agraria, la creación de las Cooperativas Agrarias
de Producción (CAP) y las Sociedades Agrarias de Interés Social (SAIS), la
fundación del Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social (SINAMOS), la
Confederación Nacional Agraria (CNA) y el Movimiento Laboral Revolucionario
(MLR).
Si bien las mujeres campesinas no se beneciaron directamente con la Reforma
Agraria —porque se asumían como beneciarios a jefes de hogar mayores de 18
años que trabajaran directamente la tierra—, la preocupación por el problema de
la mujer se hizo evidente a partir de una serie de investigaciones sobre la situación
de las mujeres peruanas. Las investigaciones eran de carácter descriptivo. Por un
lado, SINAMOS (1974) visibiliza el trabajo de las mujeres campesinas, así como
el impacto de los procesos de modernización capitalista y la Reforma Agraria.
Encuentran a las mujeres en una situación precaria. En su mayoría eran analfabetas
que se encontraban en un contexto discriminatorio, asumiendo la responsabilidad
del mantenimiento de la familia, debido a la gran migración masculina. Sus
actividades eran: trabajo agrícola asalariado al margen de la legislación laboral,
el comercio a pequeña escala y la producción de artesanía. En términos de
participación política, ellas no contaban con voto autónomo en las organizaciones
comunales, sin embargo, su participación en las revueltas fue decisiva.
Por otro lado, las mujeres de la ciudad —a diferencia de las mujeres campesinas— se
encontraban inmersas en los procesos de modernización que, además, modicaban
sus roles o más bien los adaptaba para hacerlos útiles. Las mujeres de sectores
urbano-populares que habitaban la ciudad, en su mayoría, eran migrantes en
busca de mejores condiciones de vida. Sin embargo, SINAMOS (1974) reconocía
la doble explotación que se ejercía sobre las mujeres trabajadoras: en el trabajo y
en el hogar, acompañado por condiciones laborales precarias. Es decir, salarios por
debajo del mínimo y horas de trabajo extenuantes. Entre las actividades laborales
de las mujeres sin educación formal completa se encontraba el servicio doméstico y
la prostitución. Esta última, decía SINAMOS, era considerada «un mal necesario».
Las mujeres profesionales e intelectuales no contaban con mejor suerte, era un
sector muy pequeño y sus salarios era muy bajos. A pesar de la exclusión que
atravesaba la participación de las mujeres en general, es con ellas que resurge el
feminismo en el Perú.
Entre otros trabajos, consideramos textos como Del Valle (1976), quien da cuenta
de que los ingresos de las mujeres no son proporcionales a sus horas de trabajo,
lo que a su vez está vinculado a su acceso a la educación. Situar a las mujeres y
enfocarse en el trabajo, fue esencial. Villalobos (1977), por su lado, genera uno de
74
los primeros aportes acerca de la realidad campesina. Considera, en primer lugar,
la heterogeneidad de lo rural en el Perú y por ende la necesidad de comprender las
particularidades del problema de la mujer en los diferentes territorios. Asimismo,
da cuenta de algunos asuntos que atraviesa la participación femenina, como
recursos materiales, productividad del área donde habitan, recursos de la familia,
la presencia de la pareja y los valores que inculcan a las mujeres.
Los aportes presentados y el feminismo que resurgía son un precedente de
las reexiones que darán cuenta de la complejidad del problema de la mujer,
incorporándose conceptos como patriarcado y género. Es decir, dejó de considerarse
un problema exclusivo de las mujeres y más bien se trataba de patrones culturales
que han sido internalizados y reforzados por años, por siglos de historia. Esta
discusión se eleva desde las distintas realidades de las mujeres peruanas, desde
sectores rurales y urbanos, donde la organización era importante y vital, pero no
accesible a todas.
Hacia la agenda de nuestro siglo: del problema de la mujer a
la cuestión de género
Hasta este punto hemos profundizado acerca del problema de la mujer. Desde el
feminismo de raíces liberales y los sectores populares organizados, la discusión
sobre la materia giró en torno a la educación, el trabajo y el voto femenino.
Estos procesos de expresión y presencia de las mujeres en lo público desaaron
la perspectiva imperante. Recordemos que, según Manarelli (2004), el espacio
público, históricamente, ha sido concebido como un «un lugar, real y simbólico,
de carácter masculino». (2004, p. 153)
A pesar de las gruesas desigualdades que las mujeres enfrentaron al desaar
estructuras excluyentes en espacios públicos, lograron posicionar demandas en
torno a la conquista de sus derechos. No fue fácil. La violencia atravesó sus vidas.
La educación se les fue negada, el trabajo era precario, muchas fueron exiliadas,
silenciadas, abusadas sexualmente, expropiadas de sus medios de vida, obligadas
a desvincularse de sus lugares de origen. Las mujeres del campo y de la ciudad
sufrieron violencia, explotación y exclusión. Durante estos años, según Quijano
(1997), el capital producía un proceso de marginalización de la población no
calicada a partir de la exclusión del trabajo asalariado, acompañado de dicultades
en el acceso a servicios públicos como la salud y la educación.
Esto no ha cambiado mucho hoy en día, las relaciones de poder continúan
atravesando la vida de las mujeres. Sin embargo, el enfoque con el que se reexiona
es distinto. A causa de los cambios efectuados en el país, la potente organización de
la sociedad civil, la amplia reexión en el seno del feminismo y los acontecimientos
mundiales en relación con la democratización de derechos se produjo —durante
75
los años 70— un cambio de perspectiva. Según Ruiz (1995), la discusión se elevó
desde el movimiento feminista hacia la academia. Movilizaciones como la marcha
de protesta por el uso del cuerpo femenino en concursos de belleza —«la rebelión
de las brujas»—, los espacios de organización femenina barriales, comedores
populares y vasos de leche, acompañaron la complejidad de la discusión.
La teoría del patriarcado fue la perspectiva que permitió, en un primer momento,
complejizar el debate. Según Vargas (1985), el patriarcado es un
(…) sistema no solo ideológico sino sustentado en una base material muy
denida, dada por el control que los hombres ejercen sobre dos aspectos
fundamentales de la vida de las mujeres: su capacidad sexual y su capacidad
de trabajo, nos enfrentó al hecho que, al lado de la contradicción económica,
de explotación de clase, subsiste, a lo largo del tiempo otra gran contradicción,
la de la opresión sexual. Contradicción, que deforma de antemano la relación
entre los sexos, iguales en apariencia, pero opresores y oprimidos en la realidad.
(1985, p. 125)
Sus principios eran dos: «que los hombres deben dominar a las mujeres y que los
viejos deben dominar a las jóvenes.» (Ruiz, 1995, p. 449). Esta reexión permitió
repensar la división entre lo privado y lo público. Lo privado, vinculado al quehacer
cotidiano, sentires y emociones, se encuentra subordinado a lo público, entendido
como el espacio de las decisiones, del poder y de lo político. Este último es el
lugar que legitima y reproduce la jerarquía masculina (Vargas, 1985). Según Ruiz
(1996), en este período no se aprovechan las posibilidades analíticas del concepto
de patriarcado, dando como resultado explicaciones cerradas y simplistas, basadas
en un enfoque estructuralista.
Sin embargo, durante la década de los 80 se plantearon algunos aportes
importantes vinculados a la división sexual del trabajo en territorios rurales. Entre
los principales abordajes, Deere y León (1980) dan cuenta de la proletarización
de las mujeres rurales en actividades como la agricultura como consecuencia
del sistema capitalista. Es decir, «la atención que el modelo da a la forma como
la división sexual del trabajo se relaciona con los niveles internacional y social,
permite ubicar la relación entre el papel de la mujer en la producción social, en
el hogar campesino y en la reproducción biológica» (Deere y León, 1980, p. 2).
s tarde, Deere (1982) dirá que la división sexual del trabajo estaba íntimamente
relacionada con el patriarcado y la clase social y se expresa en las relaciones feudales
de producción, pues las mujeres cumplían dos papeles: producción del trabajo de
las mujeres campesinas y de reproducción en el hogar. Tiempo después, Vargas
y Jurado (1987) dan cuenta del desenvolvimiento de la econoa campesina
diferenciando dos asuntos: economía doméstica y econoa empresarial. Ambas
se desenvuelven de forma paralela y en interdependencia. En ambos asuntos la
76
mujer adulta mayor cumple un rol protagónico debido a su conocimiento sobre la
producción agrícola.
Los procesos organizativos que las mujeres llevan a cabo, producto de las
grandes olas migratorias del campo a la ciudad, también serán considerados. Las
investigaciones aportarán según los cambios en los roles de las mujeres. Según
Lafosse (1989), la organización femenina expresada en el surgimiento de los
comedores populares —como principal espacio organizativo de las mujeres de
los territorios marginalizados de la ciudad— se debe a la agudización de la crisis
en el país y la necesidad de resolver asuntos básicos como la alimentación. Estos
procesos dan cuenta de un cambio cultural profundo, ya que en una sociedad
patriarcal como la nuestra, la alimentación se resuelve en lo privado y, producto
de la organización, se expresa en lo público. Es decir, la necesidad de resolver sus
necesidades básicas modica las relaciones al interior de sus familias y su papel
por fuera de ellas. Desde la misma perspectiva, Villavicencio (1989) considera que
el comedor popular en la ciudad recubre a las mujeres de una nueva identidad
femenina popular, constituyendo incluso un nuevo tipo de lideresa y un modelo
alternativo de ser mujer. Si bien su planteamiento reconoce que la organización
en espacios como el comedor popular no modica la división sexual del trabajo,
sí implica afrontar el problema de la alimentación en colectivo, rompiendo con el
aislamiento al que la sometía el cuidado de la familia.
Según Ruiz (1996), no bastaba con enfoques economicistas ni con la contribución
del concepto de patriarcado para entender la subvaloración de las mujeres, pues
hacía falta entender que el enfoque debía considerar la construcción social del
género,
referido a los roles socialmente construidos que debe cumplir cada persona
en función a su sexo, y que enmarcan las relaciones entre mujeres y varones
en una sociedad. La noción base es que, si bien existen diferencias anatómicas
y siológicas entre ambos sexos, la existencia de diferencias en los roles de
género de una sociedad a otra evidencia que esas diferencias biológicas no son
determinantes del comportamiento social. (Garavito, 1997, p. 8)
Cadena (1992) abrirá el debate al analizar el papel de la mujer en la producción
y reproducción social, entendiendo ambas tareas como complementarias.
Asimismo, considera que las relaciones en el hogar campesino, así como en el
trabajo evidencian un carácter jerárquico y diferenciado. Iguiñiz (1996) abordará
la división del trabajo por género, desde la distinción entre la producción de
cosas y generación de capacidades. El primero vinculado al varón y el segundo,
a la mujer. Esta relación per se no signica nada. Lo importante, dice el autor, es
reconocer la situación de inferioridad del trabajo que desempeñan las mujeres.
Según Iguiñiz, cualquier cambio en la división del trabajo por género requiere
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que «la productividad aumente, la distribución mejore y se aprecie la generación
de capacidades humanas en toda su dimensión» (recuperado de: Garavito, 1997).
Todas estas consideraciones
13
tenían como objetivo profundizar en las relaciones
de dominación diversas en las que nos encontrábamos hombres y mujeres
a partir de un enfoque complejo como el de género. Se consideraba que los
cambios estructurales en el país implicaban reformular la perspectiva con la que
analizábamos la vida. Pues, si bien el capitalismo no inventó la subordinación por
género, sí la adaptó a sus necesidades, «estableciendo nuevas formas de sexismo,
característicamente modernas, respaldadas por nuevas estructuras institucionales»
(Arruza, Bhattacharya y Fraser, 2019, p. 132).
En ese sentido, se profundizó acerca de la organización, el trabajo, la educación,
el cuerpo, las identidades, las masculinidades y la violencia, desde perspectivas
interseccionales que permitían comprender los vínculos entre las diversas formas
de dominación como la raza, el género, la clase social, etc. Asimismo, desde los
feminismos se elevaron discusiones acerca de los derechos económicos de las
mujeres, en diálogo con experiencias de las mujeres indígenas, las econoas
familiares, el ecofeminismo, etc. Las diversas expresiones a nivel organizativo
y de reexión académica, daban cuenta de que lo personal también es político,
poniendo en agenda los cotidianos, los sentires y los diversos saberes. En muchas
ocasiones, estos planteamientos se elevaron como agenda en la discusión de las
políticas públicas. Así como en los sectores más críticos que consideran la discusión
de género en relación con las gruesas desigualdades producidas por el sistema
económico peruano.
En síntesis, el camino es de largo aliento. Nuestra historia está llena de luchas,
derrotas y victorias de mujeres de diversos territorios de nuestro país. La creatividad
ha sido nuestra mejor arma. Los derechos de los que gozamos han sido producto de
esa relación intensa de las mujeres con el conicto, la desigualdad y la precariedad.
Recordar estos procesos y reexionar sobre ellos es necesario en un contexto en el
que la violencia de género es pan de cada día.
13. Cabe precisar que los trabajos considerados han sido planteados como referencia de una amplia dis-
cusión que se desarrolló en este período.
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