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telas más nas e inasequibles importadas de Europa: pañoletas de seda, varas de
algodón, pañuelos estampados de colores, manguillas blancas de gaza, polares de
pecho, medias de gaza blanca y varas de casimir negro, productos bienquistos por
el pujante y creciente grupo de poder huamanguino.
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Por otro lado, los borbones también revitalizaron la actividad minera (Povea, 2014,
pp. 36-37). A nales del siglo XVIII y los primeros años del siglo siguiente, los mineros
de Huamanga fueron localizando nuevos centros de extracción. En 1805, tras el
hallazgo de una nueva veta en las alturas de Castrovirreyna, don Juan Manuel de
Orejuela, esperanzado por su pronta recuperación económica expresaba: con la nueva
veta «revivirá de alguna manera la antigua opulencia de la casa de los Orejuelas».
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En el asiento minero de Guaychos y Macho Cruz, ubicado en Lucanas, obtuvieron
plata. En Cangallo explotaron la mina de oro llamado Paccha. De los socavones el
cerro Coyllor y Chicmorara (Tambo) extrajeron plata. Asimismo, extraían salitre en
la jurisdicción de Huancarama (Andahuaylas). Y hacia los primeros años del siglo
XIX, continuaron explotando la mina de Castrovirreyna (Quichua, 2019, pp. 44).
Del mismo modo, los españoles, mestizos y algunos indígenas aanzaron su poder
mediante el control y la producción de las haciendas, ubicadas en los partidos de
Andahuaylas, Huanta y Huamanga. En Andahuaylas, las haciendas de Chontaca,
Chamana, Catahuacho, Tocsama, Llati, Cormillay, Pomachaca, Cashuacahua, Colpa,
Pacchani, Pincos, Carhuayaco, Mosobamba, Chacalla, Socos, Pichus y Sarahuarcay
poseían los mejores cañaverales, de las cuales ser obtenía azúcar, chancacas y bebidas
que se distribuían en las ciudades y los asientos mineros. Igualmente, la ceja de la
selva de Huanta y Anco concentraba los mejores predios cocaleros. Hacia 1800, la
quebrada de Buena Lerma, las montañas de Tamboconga, Sanamarca, Pucamarca y
la quebrada de Acón, se habían constituido en las zonas de mayor concentración de
los hacendados españoles, mestizos, curas y algunos indígenas que usufructuaban
las tierras y se dedicaban a la producción de la coca (Cuadro 1). Los 700 hacendados
en la ceja de selva de Huanta y Anco (O´Higgins, 1804, pp. 682), y 92 hacendados
en el valle de Buena Lerma no disponían del título de propiedad. Para obtener el
reconocimiento y posesión de las tierras, presentaron documentos al intendente don
Demetrio O´Higgins. Don Pascual Cordero, posesionado en la hacienda real San
Juan de Dios, pedía: «con el debido respeto parezco y digo que se sirva usted darme
posesión de ella en nombre de su magestad respecto a obtenerla sin documento
alguno que me resguarde y asegure el dominio a la nca en consecuencia pondré
en andas reales aquella cantidad que resulte pensionado por los peritos tasadores».
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El indígena Leonardo Loayza, que disponía de un «cocalito de dos collos de fondo»,
7. ARAY. Juzgado de Primera Instancia, Leg. 01, 1825, fs. 2-2v.
8. ARAY. Intendencia, Leg. 31, 1805, f. 5.
9. ARAY, Intendencia, Leg. 40, Cuaderno 39, 1800, fs. 1-90.