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naciones se imaginan a sí mismas» (p. 50). Los autores de estos estudios ilustran este
punto en distintas situaciones; tomemos aquí el ejemplo de las representaciones
de la diversidad cultural, un elemento clave en la retórica de la Marca Perú.
Dicen los editores: «en las marcas país la diversidad es ciertamente recuperada y
canalizada, pero a la vez estetizada, instrumentalizada y monetarizada» (p. 29). El
reconocimiento de la diferencia es incorporado al discurso de marca desde una
perspectiva funcional a los intereses político-económicos de la élite empresarial,
la cual busca «satisfacer los deseos consumistas de viajeros occidentales» (p. 54),
a la par de que todo antagonismo real es invisibilizado. Lo que se obtiene es una
versión «light» de la diversidad, atractiva para turistas e inversionistas extranjeros,
pero despojada de implicancias en el terreno del reconocimiento de derechos
ciudadanos
4
.
El siguiente paso es reconocer que el nation branding es la forma estándar que
adopta la política cultural neoliberal. Su aplicación sistemática contribuiría a
«la conguración del neoliberalismo como un régimen cultural denido por la
épica emprendedora, la performance como mandato y la instrumentalización
de repertorios culturales como tecnologías del yo» (p. 18). Por esa razón, Lossio
sugiere, con Althusser, que las marcas país pueden ser denidas como «aparatos
ideológicos del mercado» (p. 91). Así se empieza a entender por qué el nation
branding no es un mero epifenómeno, sino la joya de la corona de la ideología
neoliberal en su forma actual. Es el mecanismo maestro a nivel simbólico, la pieza
clave mediante la cual el modelo económico se perpetúa. Este es, en mi opinión, el
principal aporte del libro al debate crítico local.
Sin perjuicio de ello, debe reconocerse que la apuesta teórica de los editores
tiene un importante componente especulativo y que el lenguaje adoptado,
de clara procedencia foucaultiana («técnicas disciplinarias», «tecnologías del
yo», «dispositivos de subjetivación», etc.) tiene deudas con una tradición de
pensamiento biopolítico que hoy está lejos de ser aceptada unánimemente.
Las ideas propuestas en la introducción —sin duda la sección más lograda del
conjunto— son sugerentes y están expuestas con sosticación, pero no siempre
obtienen en los ensayos incluidos a continuación el nivel de contrastación empírica
que requieren, especialmente en lo que toca al tema (potencialmente controversial)
4. En su estudio de la campaña «Representantes de lo nuestro», asociada a la Marca Perú, Stefania
Polo señala que este concurso de fotografía valoró «un tipo de diferencia cultural que ofreciera una
imagen pintoresca y desconictuada del país». Desde una perspectiva psicoanalítica, Elder Cueva-
Calderón sostiene que el nation branding, «en vez de dialogar con la diferencia, la procesa, le quita
toda esa capacidad punzante que reventaría la burbuja de la igualdad, la convierte en una versión
socore de lo traumático». Por su parte, Verónica Uribe argumenta que el discurso celebratorio de la
marca país «va acompañado de una idea de nación vinculada a un nacionalismo criollo que está en
estrecha relación con nuestra historia y con la manera racista en que hemos intentado en distintos
momentos establecer una identidad nacional al margen de lo indígena».